jueves, 26 de junio de 2008

¡Que me devuelvan la pasta!

Días como hoy me pregunto de qué material está hecha la tristeza. Entiéndase bien. No trato de ser lírico, como los anuncios de a qué huelen la nubes. ¿A qué van a oler? A humedad. Me refiero a que si somos un pequeño saco de células conectadas con neurotrasmisores que dependiendo de cómo se coloquen forman ésta u otra víscera que luego es regada con líquidos a cual más asqueroso... ¿qué sentido tiene la tristeza?
La alegría tiene sentido porque mola mogollón. Te da energías. Pero, ¿la tristeza? Ya, ya lo sé. Algunos dicen que es debido al alma, eso que ningún científico ha conseguido diseccionar, que nadie sabe dónde está ni ha podido medir ni cuantificar ni analizar a través de un microscopio, ni separar en una probeta... Seamos sinceros, la tristeza no sirve de nada excepto para que los poetas se las den de bohemios, de sentidos, de importantes, de trascendentes. Y como yo nos soy poeta, a mí la tristeza me parece superflua. El miedo tampoco mola, pero te ayuda a estar a alerta. El vértigo es una putada, pero sirve para que no hagas el loco en una azotea y te des un piñote contra el suelo que está a 15 pisos de altura.
La tristeza, en cambio es un puto defecto de fábrica, un error de diseño, una negligencia imperdonable. La tristeza es la cucaracha haciendo turismo por el bistec en un restaurante de lujo. Simplemente, algo que no debería estar ahí, que no se arregla con unas simples disculpas. Así, que ya me pueden devolver la pasta, que yo eso no lo he pedido.
Además, parece mentira lo difícil que es que algo te alegre la vida y al tiempo, lo sencillo que es que algo te la joda. Sin ir más lejos. Hoy estaba entre la vigilia y el sueño, intentando dormitar las últimas noticias del telediario cuando una simple palabra ha servido para amargarme el día. El nombre de una ciudad tan fea como pegar a un padre, pero de la que guardo buenísimos recuerdos. A lo que íbamos. El error de diseño es tan gordo que el ser humano puede en tan sólo un momento entristecerse concatenando pensamientos en teoría positivos pero que a larga te dejan el ácido sabor de que tienes que enfrentarte a tu situación actual sin los resortes de los que podías echar mano en el pasado. Menuda novedad. Que gran descubrimiento. Nada nuevo bajo el sol. ¿Y a mí de qué me vale eso? ¿Acaso he rendido más en el trabajo? ¿Acaso he descubierto cómo hacer la tarde más amena a quienes me rodeaban? ¿Me valdrá para comparar mi estado de ánimo cuando sea feliz y poder decir que afortunado que soy? Seguro. Como que me voy a volver a acordar de este día. Lo mismo, mañana a la misma hora no recordaré ni lo que he desayunado.
Ah, es que si fuese usted poeta podría escribir un soneto estupendo. Ya, pero no soy poeta. Esa tristeza no me ha servido de nada. Para encabronarme. Así que reniego de la tristeza. Conmigo no cuenten para los llantos, ni las aflicciones ni las melancolías... Paso, lo he decidido. Y lo reitero. Devuélvanme la pasta que yo no tengo que pagar sus negligencias. Y las justificaciones baratas acerca de que la culpa es el alma... por donde amargan los pepinos.

3 comentarios:

Feroz dijo...

A mí es que me mola revolcarme en mis penas. Mis tristezas y melancolías son del todo a 100. No me pasa nada. Soy un sieso, como decía el Patrico. Un árbol sin sombra, un pescao frío. Ni chicha ni limoná. Y me va de miedo.
Dios se debe estar descojonando (en el caso que fuera) cuando nos vea tristes a los monos sin pelos. Seguro un día, de resaca, se puso el hijo de puta a inventar cosas inútiles, y como no se le ocurrió crear a George Bush, (el demonio le quitó la idea) se le ocurrió lo de la tristeza, el apéndice, y las muelas del juicio.
Además, alma de cántaro… para lo de la devolución… ¿conservas la factura?

El Gato dijo...

No conservo la factura. No pedí estar aquí. Me debí montar en el tren equivocado. Me cago en el espermatozoide más rápido porque es la única carrera que he ganado y ni siquiera me había acreditado para correrla. Iba sin dorsal, como un tontaina. Y no me creo que el Patrico te dijera que eras un sieso. A mí siempre me dio la sensación de que eras su "prefe", el que le hubiera gustado ser a él si no hubiese nacido esa época tan gris del siglo XX... No, si en el fondo tendremos que estar agradecidos...

Rocío Mendoza dijo...

Tu furia también es tristeza. Si aprendes a asimilar lo que sientes, sea lo que sea, con naturalidad, al menos, te evitarías el encabronamiento.

P.D.: Como dice mi amiga María Ruiz, la del Despacho Sin Puertas, te doy un consejo que yo nunca utilizo.