miércoles, 18 de julio de 2012

Vienen tiempos difíciles.

Ayer conocí a un tipo muy singular. Es dueño de un porcentaje de la goleta más bonita
del Mediterráneo. El sueño de cualquiera. En un momento de la conversación nos explicó que hoy tiene ese fabuloso barco porque pertenece a la generación "con más suerte de la historia de España". Llegó en el momento adecuado, con 28 años, al sitio adecuado, a la más importante naviera de la época, con la formación adecuada, y le hicieron capitán de un gran buque. No sólo a él. El tipo relataba como a mediados de los 70 su generación consiguió las mieles del éxito laboral porque la generación de la posguerra se jubilaba en bloque. Supongo que también habría motivos políticos detrás de aquella situación. Un día antes por casualidad le comentaba a mi amiga María, once años menor que yo, que tenía mucha suerte de haber nacido cuando nací. En la misma época en la que a este hombre le hacían capitán de barco.

Mi infancia fue en los ochenta, con todo lo que ello significa: una educación con valores arraigados y un ocio con sólo dos cadenas de televisión que permitía que chavales como yo nos socializásemos con bicicletas bh, chapas, el burro, el rescate, partidos de fútbol en la playa, el cine de verano y tantas y tantas cosas que hoy parecen del pleistoceno medio.

Y de ahí, a una juventud en los 90 con vespinos y chalés en la sierra y fiestas de la primavera o de Minas. De San Juan Playa en sus mejores tiempos, de acampadas en la pedriza, de viajes con tu primera novia a campings de Santander o Asturias. Llegó la madurez y los primeros trabajos. Y a mediados de los 2000 teníamos dinero para comprar un bungalow con el que nunca hubieses soñado en los 80, con garaje para una Hornet 600 impecable, con amigos en la misma situación económica con los que poder viajar a Ibiza, Nueva York, Escocia o Croacia. Cada década, mejor que la anterior. Cada proyecto más divertido que el del año pasado...

A lo mejor hace unos meses si el capitán me hubiese contado la suerte que había tenido de nacer cuando nació le habría replicado. Hoy tengo la sensación de que el bienestar del que ha gozado mi generación se consume poco a poco, de que los tiempos de la abundacia tocan a su fin. Sólo oigo hablar de ERES y despidos, de que van subir los impuestos, de que "vivíamos por encima de nuestras posibilidades", de que si me echan del trabajo tendré menos menos meses de subsidio de desempleo, de que si enfermo tendré que pagar mis medicinas, de que es probable que cuando me jubile ya no haya una paga mensual para mí... y ólvidate de vender esa casa por la que vas a pagar el doble de intereses de lo que te costó y que algún día pensaste que podía ser tu tabla de salvación, tu plan b. No me quejo. O no demasiado. Los que vienen detrás están mucho peor. Tengo un trabajo que me gusta y por el que, por ahora, me pagan bien. Otros de mi generación, gente muy capaz, llevan años en el paro. Y la generación de María ni sueña ya con dejar de ser mileuristas. Tienen la suerte de no haberse metido en hipotecas, pero el futuro para ellos es menos halagüeño que el nuestro.

¿Seremos una generación perdida? ¡Quién lo sabe! Lo peor de todo es que antes de las elecciones de noviembre cabía la esperanza de que los que llegasen al poder podían cambiar el rumbo con apenas un par de sacrificios. Yo no les voté pero albergaba la esperanza de equivocarme. Hoy nadie en este país tiene esperanza. Las primeras medidas del Gobierno han sido sacrificar a la clase media para salvar a la banca. Ni siquiera a los empresarios de toda la vida, como podía esperarse. Oímos a los directivos de las cajas cómo no estaban preparados para el puesto que ocupaban y por el que han cobrado cuantiosas jubilaciones o indemnizaciones y comprobamos que no van a la cárcel pese a haber arruinado a cientos de miles de ahorradores que confiaron en ellos. Los políticos han salvado a los que sustentan su modo de vida y nos han condenado al resto. Han cedido nuestra soberanía, regada con la sangre de los que hace siglos se opusieron a la tiranía de un rey absoluto, a los tiranos actuales: los mercados, las agencias de calificación, los bancos centrales, las corporaciones, las multinacionales... Así que adiós a los tiempos felices y preparémonos para la involución. Vienen tiempos difíciles.