jueves, 23 de diciembre de 2010

Alicatilandia, donde habitan los fenicios

REAL ACADEMIA ESPAÑOLA

DICCIONARIO DE LA LENGUA ESPAÑOLA - Vigésima segunda edición

alicantina.

1. f. coloq. Treta, astucia o malicia con que se pretende engañar.
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alicantino, na.

1. adj. Natural de Alicante. U. t. c. s.

2. adj. Perteneciente o relativo a esta ciudad de España o a su provincia.

Vivo en un sitio curioso, en el que la gente se cree sus propias mentiras y encima trata de ‘colarte’ las historias bajo su prisma deformador de la realidad. Da igual que tú hayas vivido esas mismas experiencias y sepas que te están manipulando y mintiendo. Los fenicios, habitantes de Alicantilandia, juegan a su favor con el hecho de que al resto de los mortales nos da vergüenza tener que llamarles mentirosos a la cara o delante de otra gente.

Los madrileños (o cualquier otro íbero que no haya nacido a las faldas del Benacantil) tienden a justificar este tipo de comportamiento. Lo toleramos porque sabemos que los fenicios son así, que nada puede hacerles cambiar. El sonido de las chicharras ha triturado tanto sus cerebros generación tras generación que se trata de una causa perdida. Y lejos de aprender la lección y comprometernos firmemente a no volver a transigir de nuevo cuando se nos presente una situación similar, nos extrañamos de que al poco tiempo nos la vuelva a intentar ‘colar’ un fenicio.

Seguro que hay excepciones, pero todavía no he dado con ninguna de ellas encarnada en un fenicio medio normal. El culmen de la fenicidad lo viví hace una semana. Una ex compañera de trabajo con la que compartí mesa durante dos años me soltó, así, sin venir a cuento delante de otros periodistas y fuentes informativas, que ella se fue del periódico “voluntariamente” y “sin hacer ruido” porque estaba “desmotivada”. Yo no tuve valor para recordarle que antes de que se fuera del periódico se le estaba incoando un expediente porque se comprobó que copiaba artículos de otros medios de comunicación y los firmaba con su nombre. Me dio vergüenza tener que recordarle que uno de los jefes tuvo que cambiar su última información en el periódico por una página de publicidad ya de madrugada cuando, tras sospechar que nuevamente había copiado un artículo, le bastó poner el titular en google para que apareciese la noticia original firmada por otra persona como primer link. ¿De modo voluntario y sin hacer ruido? El ruido lo hizo al día siguiente, cuando vio que no había sido publicada su página y acudió a su ginecólogo para blindarse una salida medio digna culpando a la situación de haberle provocado un conato de aborto. ¿Voluntaria? Que se lo digan a quienes no pudieron echarla a la calle como se merecía… Y lo peor de todo es que me esté sintiendo culpable de exponer públicamente estos hechos vergonzantes.

Los fenicios no sólo utilizan esta táctica en el trabajo. Incluso los amigos fenicios que sólo entran en la categoría de “amigos” porque los conoces desde hace muchos años, practican técnicas alicantinas siempre que tienen ocasión. Es más, aprovechan cualquier conversación para contarte su historia de cabo a rabo aunque el íbero de turno no muestre ningún interés o quiera hablar de otra cosa o con otra persona en ese momento. En persona es muy difícil desembarazarte de un fenicio que trata de contarte algo. La única opción es involucrar a otro interlocutor en la trampa y cuando se perciba en él un mínimo interés, huir. Por teléfono es más fácil, ya que los habitantes de Alicantilandia pueden mantener un monólogo de muchos minutos sin siquiera utilizar las típicas coletillas de “¿estás ahí? ¿me oyes? ¿no? O ¿tú que opinas?”. Un cojín a mano bajo el cual se pueda introducir el teléfono te permite seguir a lo tuyo mientras el fenicio continúa con su chorrada… Por no hablar del maravilloso arte fenicio del “recule”, del “yo eso nunca lo he dicho” o del “se me ha malinterpretado”… dejando al íbero de turno en entredicho...

martes, 14 de diciembre de 2010

Días de mierda y regalos de... (no por quien los regala, quede claro)

Las Navidades nunca volverán a ser lo mismo. He tenido la suerte de creer en los Reyes, y en el engañoso neón de la alegría hasta los 37. Pero como todo en la vida, un día se acaba. Se acaban los brillos artificiales, las sonrisas forzadas que son muecas de una infelicidad soportable, y la ilusión por lo venidero. Un día, el árbol muestra su cara amarga de bolas rotas, ramas escuálidas a fuerza de dejar caer sus hojas de vinilo al salir de una estrecha caja de cartón amarillenta por eel tiempo; su celda durante el resto de los meses. Un semblante trágico plagado luces fundidas. Luces que ya sólo lucen cuando llegan las visitas con la falsa apariencia de que nada ha pasado en el año más aciago, ese que prometía ser 10 y se ha quedado en 0. 
Hoy, a mi mejor amigo, le ha dado una bofetada la vida sin merecerlo. Nada grave, espero, tan sólo un tropiezo más del que levantarse y seguir el camino. Yo intento decirle que más que un problema es una oportunidad. No por consolarle, que los hombres fuertes no necesitan consuelo sino alternativas. Pero me jode, porque no se lo merecía. Otra injusticia más que aguantar. Y acudimos a los tópicos, al "tenemos salud, que es lo importante", mientras que los malvados, los supervillanos, continúan con sus vidas como si nada hubiese pasado, y siguen colgando con sus hijos nuevas bolas en su árbol de Navidad sin pensar siquiera que sus decisiones precipitadas han llenado de incertidumbre la vida de mi amigo, la de su novia, la de su familia, y mi propia vida. E intentamos de nuevo pensar que no es tan grave y seguramente no lo es... pero jode.
Y seguimos fumando cuando deberíamos haberlo dejado hace tres días. Seguimos levantándonos a las 12 a pesar de haber puesto el despertador a las 9 para "aprovechar" la jornada. Seguimos saliendo a correr aunque sepamos que eso no hace más que agravar nuestra lesión. Seguimos malcomiedo, malbebiendo y malviviendo contando los días para que no lleguen esas Navidades en las que por primera vez ya no podré abrazar y brindar con mi padre.
Es entonces cuando llega tu jefe y te dice que tienes que volver a trabajar un día antes de lo previsto y tú con una sonrisa le dices: "Está bien, sin problema... total, no tenía nada que hacer...". Y llega el político que te iba alegrar el día con regalo tecnológico después de todo el año hablando de él, de sus cosas buenas y de sus deslices... y te dice que se acabaron los regalos tecnológicos, que mejor una estancia en una casa rural para dos personas. Y en ese momento te descubres a ti mismo que no tienes con quién compartir ese regalo, que lo habrías cambiado por un pendrive de buena gana, aunque ya tengas cinco.
Pero también piensas que todo puede ir a mejor, que a tu amigo la vida pronto le brindará una nueva oportunidad de demostrar lo mucho que vale, que tal vez dentro de dos meses esa chica que te gusta disfrutará de un cálido baño de espuma en una casa rural del siglo XIX junto a ti... Te das cuenta de que pese a que no podrás abrazar a tu padre otro año más, tendrás todo el tiempo del mundo para charlar, cenar, añorar y llorar su pérdida en familia, con tu madre y tu hermano, más que juntos... Porque lo mejor de los años malos es que sólo tienen 365 días, y a éste maldito año le quedan ya muy pocos...  

martes, 7 de diciembre de 2010

Excesiva

Mi compañero Rafa es muy dado a definir las películas, los libros o las canciones con una única palabra. Tanto es así, que de cachondeo siempre que alguien pregunta sobre tal está tal o cual película, todos entonamos a coro la sentencia: "sobrevalorada", que es como Rafa definió no me acuerdo si El sexto sentido o Mátrix... Hoy le preguntado si había visto Biutiful y me ha comentado que él no, pero su hermano --que aparte, es un tío majísimo al que conozco hace ya unos cuantos años--, le había dicho que era una película "excesiva". Eso es que, a fuerza de relacionarse con Rafa, está cogiendo lo mismo vicios.



Pues sí, es "excesiva" por todo lo que narra y como los cuenta, pero también por la soberbia interpretación de Bardem, por cómo te introduce en la historia, por la forma en la que intercala el realismo con la fantasía... Y qué historia...
Este verano en un programa de televisión entrevistaron a unas chicas que disfrutaban de un moet sobre la cubierta de un yate fondeado en Ibiza. "Hay otras vidas, pero son más baratas", afirmaba una de ellas. ¡Qué frase! He de reconocer que me daba envídia, no ella, a la que indefectiblemente con el tiempo le crecerá el culo y se le avinagrará la cara  --"o te ajamonas o te amojamas", que decía Ana--, sino el dueño del yate... Por cierto, con ese pastizal demuestra muy poca imaginación comprándose un barco a motor con lo flipante que es manejar un velero. En cualquier caso, esa chica vivía en las antípodas de Biutiful y seguramente no sabe que muy que "hay otras vidas, en las que se lucha tan sólo por la supervivencia, pero son más intensas".
Con este post no pretendo moralizar, ni mucho menos. Pero si esta película me sirve para pensar un poco en lo afortunado que soy y lo desgraciadas que son otras muchas personas, bien valen lo 7 euros de la entrada. Por muy excesiva que sea...

domingo, 28 de noviembre de 2010

Mirando al futuro

Las proyecciones que hacemos sobre cómo será nuestro futuro siempre son erróneas. Y sin embargo, seguimos imaginando cómo vamos a ser, en qué vamos a trabajar, con quién compartiremos cama y proyectos, cuáles serán nuestros hobbys. Los seres humanos somos el paradigma de la contradicción.


En mi caso, todo lo que he proyectado ha sido un fracaso sólo compensado por los regalos que el azar ha puesto a mi alcance. A pesar de ello, sigo planificando, sopesando los pros y los contras de determinadas decisiones que pueden cambiar radicalmente mi vida... En apenas tres meses me han ofrecido tres trabajos (dos en firme y otro, de tanteo). Excelentes oportunidades para ganar mucho dinero que han llegado de sopetón, sin yo esperarlas. Retos muy interesantes. Y a las dos (las firmes) he dicho que no. ¿Por qué? Hablándolo con Gus y Sara llegamos a la conclusión de que soy un tipo bastante "conservador". Si a eso le unes que Mato me calificó hace poco como una persona "neutra" (más bien de 'look' neutro), me empieza a quedar clara la imagen que transmito al resto de los mortales, incluso a los más cercanos. Atrás quedan los sueños de destacar en algo claramente, de conferir a tu vida un halo de misterio y sofisticación que te hagan realmente atractivo, interesante...

Debo afrontar esta realidad de mí que conozco pero que he eludido, en su totalidad. Debo asumir que pasaré por la vida sin pena ni gloria, como otro más de los 6.000 millones de humanos que se perderán en el olvido dentro de dos generaciones. Entonces, ¿para qué tantos planes? ¿para qué tantos sueños? ¿para qué tantas preocupaciones? ¿por qué pensar tanto en el futuro y tan poco en el presente?


Los seres humanos nos ponemos metas en futuro con la idea de que cuando lleguemos a ellas todo será felicidad y la vida nos enseña que a veces no se llega a esa meta y que cuando se llega tampoco se encuentra la felicidad porque previamente hemos una nueva meta más allá, más lejos, que se ha convertido en una nueva preocupación: si llegaremos o no a alcanzarla...


Cuando disfrutaba de un radiante vespino pensaba en tener carné de conducir y coche... y pasó el coche y me imaginé con casa propia. Ahora quiero el barco. No me conformo. Y creo que a todos los ocurre lo mismo. La naturaleza nos ha dotado de una capacidad para proyectar deseos en el tiempo que no es compatible con los recursos que disponemos: apenas 80 años de vida, un intelecto limitado, un cuerpo cada vez más ingrato... pero ahí seguimos, con nuestra lucha, olvidándonos de que nada de esto tiene ningún sentido y que nunca vamos a ser felices en su totalidad. Si acaso, a ratitos...

lunes, 8 de noviembre de 2010

Sin cuentas pendientes

Lo bueno del periodismo, si aguantas los horarios, a los jefes, etc., es que con el tiempo puedes saldar cuentas pendientes. Ayer domingo saldé la mía con estos dos artículos. Cierro así una página de mi vida definitivamente.

La historia me lleva acompañando los últimos 12 años. Conocí a S en 1998. Fue un 9 de octubre (cumple de Gus) cuando después de matricularme para hacer el CAP, recalé en la Fundación Cánovas del Castillo y la vi por primera vez. Mi hermano me había buscado un enchufillo para colaborar en el departamento de Publicaciones con el objetivo de abultar mi currículum para así hacerme con una beca de investigación y aquel día, por la mañana, convertí aquellas colaboraciones de la primavera anterior en un acuerdo verbal para hacer allí la objeción de conciencia tres tardes por semana. Así, mataba dos pájaros de un tiro. Me quitaba de encima la objeción y seguía publicando artículos.
Mi jefe me la presentó. S, recién licenciadita en Periodismo y afín al PP, era la nueva jefa de prensa de la Fundación. Recuerdo con nitidez como nos dimos dos tímidos besos de presentación en la biblioteca de las oficinas. Esa tarde me tocaba ir a trabajar pero me pidieron que, en vez de eso, acudiese a un partido de fútbol de los trabajadores de la institución contra otra fundación en el parque de Manuel Becerra, muy cerca de mi casa, en Madrid. Y así lo hice. Me enfundé mi chándal y acudí al partidillo. Allí estaba ella con dos de sus amigas de la Fundación, Ana y “la Hélices” (no recuerdo ni como se llamaba, pero ese fue el mote que le pusieron mis amigos con el tiempo por las cicatrices de su cara). Tras el encuentro cruzamos nuestras primeras palabras en la parada del 38. Yo me iba a ir al chalé, a pintar la moto de Raúl y recuerdo que se descojonaron en mi cara sobre esos planes “tan poco divertidos” para un fin de semana. Sinceramente, me la trujaba. Acababa de salir de una larga relación con Ana y a mis veintitantos ya me había corrido demasiadas fiestas como para que las palabras de tres niñatas pudiesen hacer mella en mi autoestima de juerguista.
A partir de entonces nos veíamos tres veces por semana y a mí cada vez me parecía más atractiva (aunque un poco estúpida). Incluso una vez tuvimos que intercambiarnos el despacho y a mis pies vi que se había dejado el bolso con un pañuelo de seda verde anudado en las asas. La tentación era demasiado fuerte como para dejar pasar la oportunidad. Lo toqué, olí su perfume… estaba empezando a quedarme pillado y no quería. Ansiaba libertad, no tener que dar cuentas a nadie, poder decidir en que empleaba mi tiempo…
Llegó el puente de diciembre y viví el mejor fin de semana de mi vida, en el que la pandilla de San Juan apuntalamos nuestra amistad como algo que a partir de entonces sería eterno. A mi regreso, cuando coincidimos en la sala del café le conté lo bien que me lo había pasado. Ella me explicó que conocía muy bien Alicante porque era de Ibi. “¡Qué buen rollo, cosas en común!”, pensé. Pasaron los meses, los encuentros fortuitos, las miradas, los intentos por coincidir en aquellas tediosas tardes leyendo artículos de fachitas engreídos. Nadie tenía que saber que yo era un rojazo -o al menos eso creía entonces-, así que lo mejor era pasar inadvertido.
En Semana Santa de 1999 nos encontramos a eso de las 2 de la mañana en una discoteca del puerto de Alicante. Luego supe que ellas me catalogaban como un tío aburrido, serio y empollón… Esa noche nos habían regalado unos calzoncillos promocionales de una marca de whisky y yo los llevaba por fuera de los pantalones cuando me las encontré de cara. El empollón y aburrido se valió de sus amistad con una de las chicas de la barra, Nuri, para invitar toda la noche a chupitos, copas… Y, ¿por qué no? También había tiempo para portarse como una caballero y acompañarlas a su coche con las primeras luces del alba. Al verla de reojo hablar con Gus pensé que se había acabado, que no la iba a dejar escaparse tan fácilmente. Pero una vez más entendí porque es mi amigo. El lobo escondió sus garras sabiendo que a mí me interesaba S. Dos días después, de regreso a Madrid, Raúl y yo coincidimos con ellas en una gasolinera de la autovía. El look y la chulería de motero era la guinda que le faltaba al pastel. Una de cal y otra de arena, tic, tac, el reloj va contando, los días pasando… “Ring, ring… --¿Te vienes a tomar un café?”; --“No gracias, ya lo he tomado”. Tic, tac… “--¿Te vienes tú y tus amigos a la fiesta de cumpleaños de mi compañera de piso, Montse?”; --“¡Vale!”.
Fue la primera casi-cita, y en su casa. Me llevé de su boca el insulto de “cretino” por algo que no había hecho y se lo hice pagar emborrachándome y dejándola tirada porque esa noche “había carreras de motos en la tele”, además de otros daños colaterales como parte del parqué de su casa levantado por uno de mis amigos, todos los champús y cremitas que había en el aseo desplazados de una patada hasta la bañera…
Parecía claro que nos íbamos a liar, pero ¿cómo? Nunca se me ha dado bien eso de la seducción. Tic, tac, cal y arena… y llegó el verano y un gran fiestón por mi cumpleaños: “Fiesta Toga 2ª Edición”. Y ahí me veis, descolgando las banderas Lenin y el Ché Guevara de las paredes de mi habitación porque le había invitado junto a sus amigas a mi chalé con el compromiso de acercarla el día siguiente a Guadalajara, donde ella comenzaba los cursos de verano a los que yo asistiría una semana después.
Como era de suponer, no pasó nada más allá de otra juerga que filtrar en mi hígado. Ah!, me olvidaba… Gus se enrolló con su amiga Natalia, una uruguaya ricachona que venía un par de semanas a España para los cursos de verano. Como mi chalé queda cerca de Guadalajara el martes fui a tomar unas copas con ellas. Un amigo de S me comentó sin venir a cuento que yo no era “lo suficiente” para su amiga. Cuando se lo dije a Raúl prometió “calzarle” una hostia, pero finalmente ese estúpido conservó la cara, creo. Luego, en un momento que tuve a solas con ella no tuve los redaños suficientes como para darle un beso y me volví a mi casita con el rabo entre las piernas. El jueves siguiente, con la excusa de Gus iba a ir a ver a Natalia me apunté al plan. Aquel 16 de julio S y yo comenzamos a “salir”.
La semana siguiente la pasé junto a ella y Henry Kamen, que era quien dirigía el curso de verano sobre Felipe II. No faltaron los intentos por consumar la relación --con S, se entiende que nunca me han gustado hispanistas británicos entraditos en años—y las broncas consiguientes a la negativa por parte de la chiquilla. Por si acaso Gus y yo planeamos un finde en San Juan, los cuatro, a finales de julio. Por supuesto mi madre se negó a dejarme el apartamento de la abuela para hacer cochinadas con “esa lagarta” y la playa tuvo que esperar hasta agosto. Ella en Santa Pola con su familia y yo en San Juan, con la pandilla.
Alguna que otra noche nos veríamos. En San Juan, por supuesto, porque además de que Santa Pola era un coñazo yo no estaba dispuesto a perder una noche con mis amigos por una tía que ni siquiera quería acostarse conmigo. Más broncas y más reconciliaciones. Algo no iba bien. Luego supe de los problemas familiares que había tenido en su adolescencia y cómo éstos le impedían hacer determinadas cosas. Incluso llegué plantearme dejarla. Tenía un bagaje cultural que no alcanzaba al de una codorniz y yo venía de estar con la tía más inteligente, culta e interesante que he conocido en vida. Eso sí, S suplía su ignorancia con un cuerpo que me volvía loco, con una simpatía abrumadora, con mucha capacidad para interesarse por las cosas y con un sentido del humor muy afín al mío.
Sería estúpido detallar cada recuerdo sobre todo ahora que sé que no la echo de menos a ella, sino que, lo que echo de menos es como me sentía entonces. Estuvimos juntos 6 años, cuatro de los cuales vivimos en dos casas distintas en Alicante. Yo creía que felizmente, pero no. Un día de 2005, a los pocos meses en su nuevo trabajo, los estudios cine a los que me refiero en los artículos publicados este fin de semana, alguien le dijo que recordaba a la perfección los zapatos que llevaba el día que comenzó a trabajar y S me dejó por él. Fue el 1 de noviembre de 2005. Ni siquiera me preguntó si yo recordaba cómo y cuándo la conocí, qué llevaba puesto, o cuan ensortijado estaba su pelo en aquel entonces, allá por 1998.
A los siete meses, en la boda de mi hermano, uno de sus amigos me dijo que había fijado fecha para casarse en octubre. Dejé mi J&B con coca-cola sobre la barra y me fui a mi habitación a llorar. ¡Cuanta lágrima desperdiciada por no tener perspectiva del modo en el que suceden las cosas! Al parecer este año ha tenido su primer hijo con el de los zapatos y mis amigos creen que ha sido porque justamente este año yo he descongelado su nombre, sacando del frigorífico el húmedo papel olvidado en el que estaba escrito un día que iba buscando un helado de vainilla. Si esa es la razón de su maternidad, bienvenida sea mi afición por la vainilla y con ella, los azares del destino.
Pues bien, antes de dejarme S me contó que en la empresa para la que trabajaba había un "tapado" de alguien muy influyente en los medios de comunicación pero que era un secreto. Tenía la pista. Menudo temazo. Cinco años me ha llevado demostrarlo pero cuando menos te lo esperas...
...y ya no me quedan cuentas pendientes con S, ninguna. Ni siquiera las periodísticas.

lunes, 4 de octubre de 2010

El sistema

Leo un correo de Mar. Ya está en Argentina. Ha comenzado el sueño de su vida, dar la vuelta al mundo. La veo guapa, con el pelo mucho más largo, se nota que está contenta. Hace ahora un año que dejó su antigua relación, once años con Iván, para emprender la aventura. Ha conocido a otro chico con sus mismas inquietudes y la primera etapa de su viaje le ha llevado a la tierra de Rodrigo, Argentina. Rompo con mi regla general de tomar partido, de decantarme. Les debo demasiado a ambos como para prescindir de su amistad. Los dos, cada uno a su manera, me ayudaron en los momentos que entonces creía casi insuperables. Hoy, con la perspectiva que da el tiempo, sé que el hecho de que me dejase Sonia es lo mejor que me ha podido pasar en la vida y que las lágrimas que vertí entonces no llegan ni a la mitad de las que todavía, de vez en cuando, me brotan cuando recuerdo a mi padre… Pero eso lo sé ahora, hace 5 años no tenía ni idea de lo poco que me iba a importar el lugar a donde le llevasen sus caprichos o junto con quién hiciese ese viaje vital. Sin rencor, au revoir...

Digo todo esto pensando en el sentido de la vida. Ni siquiera eso, tan sólo quiero registrar una de las últimas conversaciones con Gus y Sara y con una chica (no recuerdo su nombre) que en la despedida de Inés y Peter respondió lo mismo que yo a la gran pregunta: ¿Qué sentido tiene la vida?

Yo lo tengo claro: divertirme; sacarle el jugo a cada instante, aunque para eso tenga que currar 11 horas al día, hartarme de pagar recibos e impuestos, y todas las cosas que acarrea la vida cotidiana. Y estábamos en esas (el hedonismo responsable, como decía Ali), cuando Gus desplegó una de sus teorías acerca del “sistema”, el que se ha convertido en su gran enemigo. Sostiene que cuando disfrutamos con la familia, tu pareja, los amigos, sólo es como el recreo en los colegios. Un rato de descanso que nos da el sistema, una falsa apariencia de libertad y de autonomía, para que podamos volver a encajar en las ruedas dentadas del engranaje económico creyendo que lo hacemos de forma voluntaria: currar para consumir y pagar impuestos y que la maquinaria se retroalimente de forma eterna…
Visto así, nuestras vidas son horribles. Pero ¿es que ha sido de algún otro modo en la historia de la humanidad? Los hombres siempre han sido piezas de distintos tipos de engranaje, de diferentes sistemas: esclavitud, feudalismo y ahora capitalismo financiero. Por eso prefiero pensar que lo mejor es disfrutar en los tiempos de ocio y en el trabajo, dedicándote a algo que te guste, a algo mínimamente creativo. Y creo que ese es mi caso.

Mar ha tenido el valor de haber salido del sistema y yo por diversas circunstancias laborales me he hundido más aún en él, por suerte para mí, ya que soy un tipo del todo convencional y sin grandes aspiraciones. Pongo todas mis esperanzas en que le vaya bien en su aventura deseando poder compartir con ella su relato cuando regrese, delante de un arrocito de La Ponderosa (como nos gusta a los dos de vez en cuando)… Buena suerte Mar!!!!

domingo, 12 de septiembre de 2010

Hasta siempre, Pepe

Vuelvo a casa después de un durísimo día de trabajo pese a ser sábado, con parada previa en el Tanatorio de Alicante. Ha muerto Pepe Picó, compañero de La Verdad durante los poco más de diez años que llevo viviendo en Alicante. Allí he coincidido con otros compañeros y amigos, la alcaldesa, concejales, su asesor, sus responsables de prensa. Pepe llevaba la sección de Local, y más esporádicamente, la de Política, como yo. A muchos les brotaban lágrimas sinceras, pues Pepe era de esas personas que simplemente se catalogan como "buena gente". Era de esos periodistas que nunca te harán una guarrada con tal de publicar una exclusiva, que siempre acogen a los recién llegados, de los que siempre tienen un minuto para saludarte y preguntarte qué tal estás pese a ser un forofo de esta ciudad en la que sus habitantes unos días te abrazan y otros echan la mirada al suelo para no tener que decirte hola...
Simplemente es increíble que ya no esté con nosotros, que el destino le haya jugado la mala pasada de arrebatarle la vida con 40 años, con un hijo que no llega a la decena y una mujer a la que quería y con la que comía muchas veces en el mismo bar que yo y otros de mis compañeros... al lado de su Ayuntamiento, porque era su casa. Maldita profesión si es que ha tenido algo que ver con ésto... no sé si estarías de acuerdo conmigo en denostar esta especie de droga que es el periodismo... pero hasta siempre, Pepe.

jueves, 9 de septiembre de 2010

Adiós al verano




Se fue. Otro más. Desde luego no lo voy a recordar por los viajes ni por las aventuras... Ha sido el verano del reencuentro. Más que del reencuentro, que en todo caso habría sido conmigo mismo, ha sido el verano de la reafirmación. Un tiempo que dejar atrás; un momento para olvidar preocupaciones sin sentido; para poner un punto y final al pasado y mirar al futuro.


Crisis es sinónimo de cambio, sobre todo cuando se supera. Aunque la crisis dure años siempre sigue una misma evolución, una curva descendente y luego ascendente. Progreso, declive, y progreso nuevamente hasta alcanzar el punto inicial. Incluso más positivo, ya que el camino te permite adquirir experiencia, perspectiva, lejanía. Hace varios años titule un post en esta misma bitácora: "navego a la deriva". Hoy conozco el destino y hay infinitas posibilidades de elegir un viento u otro, una corriente u otra que sirva de motor a mi nave. Simplemente porque sólo ahora gobierno el timón sin ataduras ni querencias. Incluso puedo decantarme por elegir un nuevo destino.


Dice mi amigo Gus que hay dos clases de experiencias vitales. Todos caminamos de frente siguiendo la dirección de una cuerda que sujetamos con las manos. Lo que ocurre es que para algunos está tensa. Conocen a dónde les conduce y la mayor parte de las veces les obliga a asirla con esfuerzo en caminos cuesta arriba, en pedregales, en lodazales que dificultan su paso. Para otros en cambio la cuerda cae al suelo frente a ellos, floja, destensada. Les permite vadear el camino cuando se pone difícil o quizás explorar otras rutas. A veces su flacidez da que pensar: ¿realmente conduce a algún sitio? ¿está atada a algo firme? Sólo sabes que avanzas camino, el que tú eliges...


Quiero creer que aquello que me impedía ver la boca de la caverna era un nudo en la roca justo en esa entrada, un nudo que tensaba el camino en una única dirección hasta este verano y que ahora, cuando finalmente he visto la luz delante de mí y no hay sino una cuerda en el suelo a partir de ese punto. No hace falta ni dejarse llevar, basta con seguir caminando para ver que hay detrás de la siguiente loma...


martes, 29 de junio de 2010

Llegó el verano

Y por fin llegó el verano. El calor, los días interminables, las vacaciones que parece que en vez de acercarse se van alejando conforme transcurren los días... Los periodistas esperamos estos días la llegada de la "serpiente del verano". Bueno, antes esperábamos a que llegase el día de las becarias, para ver si alguna estaba lo suficientemente buena como para hacernos soportables las tediosas tardes del estío. Pero como ahora ese tema no se estila y los jefes prefieren tener menos becarios (tíos generalmente, algún día abordaré el tema del machismo en esta profesión) pero más eficientes... en vez de una tropa de tías buenas que no saben hacer la "o" con un canuto... Así que, como decía, a falta de otras cosas que contar los periodistas nos subimos a algún tema recurrente que nos permita llenar y llenar páginas todos los días... la serpiente...


En mi vida profesional yo me he subido a unas cuantas. Particularmente buena fue la del agua... Corría el año 2005 y los socialistas recién llegados al poder no sólo derogaron el trasvase el Ebro sino que cambiaron de trazado el trasvase Júcar-Vinalopó. ¡Qué chollo! Aquel verano aprendí los que es una "toma", un "azud", donde está Cortes de Pallás...


El año pasado nos dio por la inminentes moción de censura de Benidorm y el grupo mediático que alentó. Páginas y páginas... y en septiembre se produjo la moción de censura.


Especialmente graciosas son las serpientes ideadas por el diario La Verdad. Dos años estuvieron dando la brasa con dos negritos, Mamadu y otro que no recuerdo el nombre, para que les dieran los papeles de residencia por haber sacado del mar a un niño que le había mordido un pez "golfar"...


¿Cuál será de este año? Lo importante es subirse a la serpiente cuanto antes... Habrá que estar atento

viernes, 21 de mayo de 2010

Circulo por la derecha

Sostiene mi amiga Mato que asistimos a la “rebelión del macho ibérico”. Y se pregunta qué nos pasa a los hombres. Voy a intentar explicar su teoría. Según ella o ellas –al parecer ha cotejado su hipótesis con sus amigas y los resultados han sido esclarecedores–, los hombres hemos dominado durante siglos las relaciones afectivas, sojuzgando a las mujeres e imponiéndoles el camino a seguir hasta hace escasas décadas en que las mujeres se han independizado y han cogido las riendas de sus vidas. Esto trasladado a nuestra generación (entre los 30 y los 40 años) ha tenido su correlativa evolución. Los tíos supuestamente dominadores y controladores de nuestras relaciones afectivas entre los 20 y los 30 (reitero, supuestamente ) calzando los cuernos a nuestras novias, decidiendo por ellas, imponiendo qué se debía hacer o dónde ir en cada momento, en suma, anteponiendo nuestra voluntad… pasamos a ser sumisos corderitos de chicas que nos han cortado las alas, que nos han puesto los cuernos, que nos han dejado o simplemente que nos han atado a su voluntad. Pero llegado un momento (concretamente el verano pasado) por no sé qué extraña circunstancia, virus o nube tóxica nos hemos rebelado contra esa tiranía femenina y ahora hacemos lo que nos da la gana, pasamos de todo, no les prestamos atención a ellas y sus necesidades o cuando lo hacemos, sólo es para acostarnos con ellas. A veces, incluso ni eso, porque por no aguantarlas ni siquiera tenemos ganas de acostarnos con ellas y nos escapamos “crudos” (el primer día que oí a una tía ‘éste se me ha escapado crudo’ no salía de mi asombro...).

Creo haber sintetizado el espíritu de la teoría de Mato pero reconozco que agregado un sesgo pretendidamente masculino (que no machista). De hecho le comenté la teoría a otra amiga, Ana, que es psicóloga y sabe mucho de estas cosas, y me dijo que es totalmente cierta. No que esté de acuerdo con ella, sino que le cuadra en el pensamiento femenino. Ellas o vosotras, como prefiráis, tenéis la sensación de que es injusto que ellos o nosotros no atendamos vuestras necesidades. A lo que podríamos responder: “¿Y qué pasa con las mías, mis necesidades?” como reclama Bruce Willis en Historia de lo nuestro.

Tengo la suerte de no hallarme enfrascado ahora en ninguna relación, por lo que nadie se dará por aludida. No me creo esa teoría. Últimamente he visto ante mis propios ojos a dos amigas que han conseguido romper sendos matrimonios para, a las pocas semanas aburrirse, no estar seguras o directamente pegársela a sus nuevas parejas cuando ya habían conseguido su objetivo, que lo dejasen todo por ellas. He visto a otras amigas afearle a sus parejas todo tipo de comportamientos naturales hasta que han conseguido agobiarle tanto que las han tenido que dejar. Y encima el malo, el egoísta y el irresponsable, es él… Conozco amigas que se atreven a imponer a sus novios que, cuando y como comer, gastar, dormir y hasta salir. Las hay con un objetivo prioritario. Cazar al padre de sus futuros hijos porque no les queda tiempo y no lo pueden ‘perder’ con una relación que no conduzca irremediablemente a la selección genética. Cada día me cruzo con chicas con novio a las que no les importa nada calentar al personal, y si encima saben que te gustan, más suben el tono de la conversación, más gestos y guiños provocan… Pero lo mejor de todo es que veo esos mismos comportamientos entre los tíos. Idénticos. Por lo que la teoría no tiene ninguna validez. Depende del lado en el que estés para que te sientas identificado con una u otra visión de las cosas. Ambas, las de los tíos y las de las tías, son miradas absolutamente miopes. No se trata de hombres y mujeres y reducir el asunto a estos términos es simplista. Hablamos de personas, muchas de las cuales ni saben ni estar solas ni acompañadas.

En un capítulo de Murphy Brown, Jim Dial, el presentador del informativo (un tío de mediana edad, blanco, clase media y declaradamente republicano, de derechas) se ve envuelto en un jaleo por una noticia que han sacado sus compañeros (superdemócratas, de izquierdas) a favor de un representante de las minorías negras, de clase baja, etc. que resulta ser un jeta de cuidado. Al final Jim, que no había participado en nada, es visto por todos como el responsable de lo sucedido sólo por su edad, color de piel, ideología y clase social. Pero en vez de comerse el marrón, se defiende y propone una metáfora (han pasado 15 años desde que lo vi, por lo que difícilmente será literal): “Yo soy de los que circulan por la derecha en la autovía, no acelero de forma abrupta ni doy frenazos en seco, no voy cambiándome de carril ni invadiendo el sitio del resto ¿y ahora soy yo el culpable del accidente sólo por lo creen ustedes que represento? Mírense a ustedes mismos, a los que tienen demasiada prisa como para dejar que el resto circule libremente”.

Me identifico con Jim. En mi vida afectiva soy tan aburrido que circulo por la derecha (no tiene nada que ver con ser conservador ni conformista, todo lo contrario). Voy a velocidad constante. No paro si no me gustan los bares que hay al lado de la carretera por mucha sed o ganas de mear que tenga. No mareo. No doy volantazos. Intento aprovechar el viento de cola pero si da de frente no reduzco la marcha. No cojo autoestopistas que se aprovechen de mí. O lo que es lo mismo. No pongo los cuernos ni permito que me los pongan, no me meto entre medias de otra relación, no hago estupideces o dejo de ser yo mismo por echar un polvo. En resumen, no mareo porque no tolero que me mareen, ni puteo a nadie porque no consiento que me puteen. ¿Pero sólo por el hecho de ser un tío de 36 años soy responsable de la insatisfacción de las chicas de entre 30 y 40? No. Que cada cual analice como circula por la autovía de la vida.
Por cierto, me encanta que mis amigas me cuenten sus teorías aunque no coincida con ellas.

jueves, 1 de abril de 2010

Me sobran los motivos

Ya ha transcurrido más de una semana y si lo pienso me sigue pareciendo un mal sueño que en realidad no ha pasado. Ni siquiera me gusta hablar de ello cuando me preguntan y mucho menos explicar cómo me siento. Enseguida intento cambiar de tema. Seguramente, y pese a que me he derrumbado en más de una ocasión, no lo he afrontado en toda su magnitud. Me doy mi tiempo. Es algo tan íntimo que a lo mejor no debería hablar de ello en este blog, pero tampoco puedo obviarlo. O escribo sobre mi padre o más me vale cerrar definitivamente esta página en la que he intentado volcar todo tipo de pensamientos. Dejaría de ser algo real para convertirse en una patética impostura.
El miércoles pasado, 24 de marzo, alrededor de la 1 de la madrugada, la doctora que atendía a mi padre desde hacía un mes en la UCI desconectó las máquinas. Había pasado un mes luchando contra el desgaste de su cuerpo, con integridad, con fortaleza, con dignidad. No pudo ser. Su corazón, roto después de mil batallas contra los sinsabores de la vida y el paso del tiempo, ya sólo obedecía a los dictados de mecanismos ajenos. Mi madre, mi hermano y yo, nos abrazamos en el que desde entonces ha sido el momento más decisivo (por lo menos en mi caso, no en el de ellos que se han casado y han visto nacer a sus hijos) de toda mi vida. Permanecimos junto a la cama por un último momento, los cuatro juntos, sintiendo la misma punzada en el corazón que a él a punto estaba de quitarle la vida y que a partir de entonces ha hecho de quienes le hemos sobrevivido, la existencia mucho más melancólica y triste.

En ese momento recuperé una imagen de mi padre que había dejando paso a la más cercana, la de los últimos tiempos. A mi mente no acudieron los recuerdos de los últimos años en los que le veía más débil cada vez que viajaba a Madrid, con achaques propios de la edad. Le recordé y le sigo recordando como le veía de niño, como el cabeza de familia que siempre tomaba decisiones correctas y coherentes incluso en los momentos más difíciles. Como esa persona seria, culta respetada por sus compañeros de trabajo y querida y apreciada por sus amigos que fue. La persona en la que podía se confiar el futuro de la familia, con soluciones ante cualquier problema, con proyectos… y al tiempo capaz de divertirse con su mujer y sus hijos, siempre con planes para los momentos de ocio, siempre con ilusión por hacer viajes por España y conocer sitios nuevos como Galicia, Tarragona, Granada, Málaga... Recordé cuando me enseñó a nadar o me ayudó a guardar el equilibrio en la bici. Recordé cuando los veranos nos corregía aquellos cuadernos estivales que sólo me gustaban el primer día de vacaciones, cuando me los compraban, pero que nunca llegué a completarlos. Le recordé explicándonos a mi hermano y a mí arte en las catedrales y museos, cuando compartía con mi madre partidos de tenis en el club al que nos hizo socios para no tener que pasar los fines de semana entre cuatro paredes. Recordé como cuando volvíamos del club los domingos por la tarde nos llevaba a la calle Alcalá a comprar patatas fritas, ganchitos, pepinillos, cortezas… y nos pegábamos un lujazo de “merienda-cena”. Recordé como me dejaba beber la espuma de su cerveza porque a mí me encantaba ese extraño sabor. Recordé como juntos, los cuatro, hicimos el chalé en Monte, rellenamos de tierra el jardín, ayudamos a poner la instalación eléctrica con mi vecino Santi y tantas y tantas cosas…

Mi padre fue un hombre bueno, una persona de valores arraigados. Colocó (como se decía entonces) a un montón de familiares en diversos trabajos y vivió durante años sin que algunos de aquellos ingratos (por fortuna no todos) ni siquiera se acordasen de aquel favor. Prometió visitar al menos una vez al año en Soria, y cumplió su palabra siempre con una sonrisa, a familiares de su mujer que habían perdido una hija. Les dio el cariño filial que el destino les había arrebatado. Nunca ascendió en el trabajo porque se negó a trepar sobre sus compañeros o a aceptar favores más allá del mérito. Por eso a veces, cuando íbamos a buscarle los sábados a mediodía al trabajo para irnos de fin de semana, entrabamos en el banco y paseábamos con el orgullo de ser los hijos de una de las personas más respetadas del lugar. Alojó en su casa a sobrinos cuando lo necesitaron y sobre todo, a mi hermano y a mí nos dio no sólo seguridad económica y la mejor educación que encontró dentro de sus valores, aunque tuviera que renunciar a otras cosas. Ese era mi padre o al menos es lo que yo conservo de él. Visto, como puedo hacerlo ahora, desde la perspectiva de un adulto, no de un niño que admira a su héroe. Y nadie nunca me ha rebatido ninguna de estas cosas. A nadie le he oído ninguna palabra distinta. ¿Tendría defectos? Por supuesto, como todo el mundo pero reto a quien sea a que me diga uno sólo, a que me narre un desplante, una salida de tono, una actuación censurable de mi padre que no se pueda justificar en el amor que sintió hacia su mujer, sus hijos, sus parientes o sus amigos.

Esta mañana he quedado en un bar con un concejal de Alicante para que me contase algo publicable en el periódico. Ha llegado tarde, más de cuarenta minutos que yo le he esperado en la calle, ante el bar. Y cuando ha llegado me ha dicho: “¿por qué no me has esperado dentro, tomándote algo en vez de aquí en la calle”. Y yo me he descubierto respondiéndole, sin siquiera pensarlo: “Mi padre no ha entrado nunca solo en un bar. Y yo en eso soy igual que mi padre”. Ojalá fuese cierto y llegar a parecerme a él algún día.

miércoles, 3 de marzo de 2010

Tiempos difíciles

Son tiempos raros, difíciles. Hay tantas cosas que contar, tantos pensamientos... He vivido, y sigo viviendo, en las ultimas semanas las peores sensaciones del mundo, y como por arte de magia, con una palabra de esperanza, de las mayores alegrías posibles. Cambio por un tiempo el blog por un cuaderno privado y un lápiz. Pero sigo adelante...

lunes, 18 de enero de 2010

La historia de C. (III)

La nave de ¢¤¥§ lleva cuatro siglos sobrevolando la Tierra. Sucesivas tripulaciones habían tutelando durante ese tiempo el desarrollo de una humanidad tan limitada que las misiones en este extremo de la galaxia tenían muy poco de excitantes. Ninguno de los 300 destinados a era un lumbreras. Los realmente buenos eran enviados a planetas mucho más adelantados, a aprender, en vez de a enseñar… Pero como el servicio interestelar era obligatorio durante cinco años para luego poder entrar en la administración de ÐØÞþ, y al fin y al cabo se trataba de un viaje, cada cual asumía sus funciones con relativa diligencia y entusiasmo.
Al subcomandante ¢¤¥§ se le había confiado la vigilancia de C., como uno de los matemáticos más prometedores de la Tierra. ¿O había que decir a “la” subcomandante? Y es que pese a tener una apariencia bien distinta de la humana en la que los hombres se distinguen de las mujeres por mayor envergadura, más vello y más capacidad atlética –al margen del pene— y las mujeres por poseer más curvas, tejido adiposo y glándulas mamarias con las que amamantar a sus vástagos –al margen de la vagina, asimismo--, los procedentes del planeta
ЖЋЦ también tenían dos sexos que para nada se correspondían con esos cánones. Pero si ¢¤¥§ era capaz de procrear, se podría decir que era una mujer.
En estos cuatro años y medio C. se había convertido para ella en una especie de mascota. Se levantaba una hora antes que él para prepararse y conectar las cámaras instaladas en el domicilio del matemático. Ponía en orden el diario y enviaba a ÐØÞþ la reseña de los hechos sucedidos el día anterior. Cotejaba las investigaciones llevadas a cabo por el científico e intentaba vislumbrar alguna chispa de genialidad en su trabajo que le permitiese informar al mando de un posible “caso
Б”. O lo que es lo mismo, que el sujeto investigado es susceptible de recibir nuevos conocimientos para acelerar los progresos en su trabajo. Lo mismo que antes habían hecho con un tal Newton, un tal Darwin, un tal Freud o un tal Einstein, en otras tantas misiones Б muy provechosas para la humanidad. Claro, que siempre existía el peligro de que el sujeto no fuese los suficiente abierto de mente como para asimilar el viaje a la nave y regresase a la Tierra contando que había sido abducido por alienígenas. Menos mal que los efectivos destacados en el terreno pronto encontraban la manera de hacerles pasar por chiflados a los ojos de su especie.
No obstante ¢¤¥§ comenzaba a preocuparse por C. Cada vez se entregaba menos a su trabajo y se pasaba las horas como un voyeur en el ordenador, buscando novia, esposa o un entretenimiento sexual pasajero que no terminaba de dar resultado. Por eso pidió permiso al mando para crearse un perfil en ese rudimentario servicio de citas y contactar con el científico para valorar la situación.
Ese día llegó la comunicación. Le habían concedido la aprobación y tan sólo le imponían adoptar la personalidad de R. fabricada por un complejo sistema informático que le daba un aspecto femenino nada despreciable. Junto con la inventada nueva vida, le proporcionaban un buen puñado de fotos de R. en los sitios más típicos de la Tierra. Esa misma noche la colgaría en internet y probaría suerte.