lunes, 18 de enero de 2010

La historia de C. (III)

La nave de ¢¤¥§ lleva cuatro siglos sobrevolando la Tierra. Sucesivas tripulaciones habían tutelando durante ese tiempo el desarrollo de una humanidad tan limitada que las misiones en este extremo de la galaxia tenían muy poco de excitantes. Ninguno de los 300 destinados a era un lumbreras. Los realmente buenos eran enviados a planetas mucho más adelantados, a aprender, en vez de a enseñar… Pero como el servicio interestelar era obligatorio durante cinco años para luego poder entrar en la administración de ÐØÞþ, y al fin y al cabo se trataba de un viaje, cada cual asumía sus funciones con relativa diligencia y entusiasmo.
Al subcomandante ¢¤¥§ se le había confiado la vigilancia de C., como uno de los matemáticos más prometedores de la Tierra. ¿O había que decir a “la” subcomandante? Y es que pese a tener una apariencia bien distinta de la humana en la que los hombres se distinguen de las mujeres por mayor envergadura, más vello y más capacidad atlética –al margen del pene— y las mujeres por poseer más curvas, tejido adiposo y glándulas mamarias con las que amamantar a sus vástagos –al margen de la vagina, asimismo--, los procedentes del planeta
ЖЋЦ también tenían dos sexos que para nada se correspondían con esos cánones. Pero si ¢¤¥§ era capaz de procrear, se podría decir que era una mujer.
En estos cuatro años y medio C. se había convertido para ella en una especie de mascota. Se levantaba una hora antes que él para prepararse y conectar las cámaras instaladas en el domicilio del matemático. Ponía en orden el diario y enviaba a ÐØÞþ la reseña de los hechos sucedidos el día anterior. Cotejaba las investigaciones llevadas a cabo por el científico e intentaba vislumbrar alguna chispa de genialidad en su trabajo que le permitiese informar al mando de un posible “caso
Б”. O lo que es lo mismo, que el sujeto investigado es susceptible de recibir nuevos conocimientos para acelerar los progresos en su trabajo. Lo mismo que antes habían hecho con un tal Newton, un tal Darwin, un tal Freud o un tal Einstein, en otras tantas misiones Б muy provechosas para la humanidad. Claro, que siempre existía el peligro de que el sujeto no fuese los suficiente abierto de mente como para asimilar el viaje a la nave y regresase a la Tierra contando que había sido abducido por alienígenas. Menos mal que los efectivos destacados en el terreno pronto encontraban la manera de hacerles pasar por chiflados a los ojos de su especie.
No obstante ¢¤¥§ comenzaba a preocuparse por C. Cada vez se entregaba menos a su trabajo y se pasaba las horas como un voyeur en el ordenador, buscando novia, esposa o un entretenimiento sexual pasajero que no terminaba de dar resultado. Por eso pidió permiso al mando para crearse un perfil en ese rudimentario servicio de citas y contactar con el científico para valorar la situación.
Ese día llegó la comunicación. Le habían concedido la aprobación y tan sólo le imponían adoptar la personalidad de R. fabricada por un complejo sistema informático que le daba un aspecto femenino nada despreciable. Junto con la inventada nueva vida, le proporcionaban un buen puñado de fotos de R. en los sitios más típicos de la Tierra. Esa misma noche la colgaría en internet y probaría suerte.