sábado, 6 de octubre de 2012

La pandilla de Monte (IV): Raúl

Cualquiera díría que aquel chaval patoso que aparecía por las mesitas del campo de fútbol en su puch Caribe iba a resultar el mejor deportista de todos nosotros tan sólo unos pocos años después, a lo que fuese: fútbol, baloncesto, tenis,... ¡Hasta tenía suerte en el poker! El año pasado incluso me sacó más de cinco minutos en la San Silvestre Vallecana; por no hablar de capacidad para seducir a la mujeres. En cualquier caso, no es la mejor de su cualidades. Si Pedro es el excéntrico y David la salsa de la pandilla, Raúl es su corazón.

Quizás en los primeros años no, cuando todavía éramos unos críos de 12 o 13 años, pero hasta donde alcanza mi recuerdo, la verdad es que siempre congeniamos bien y al poco tiempo ya habíamos forjado una amistad sincera, auténtica, de esas que sabes que te acompañarán el resto de tu vida por muy alejados que estéis. Todavía hoy, si pasan más de dos meses sin saber de su vida, le echo de menos y le llamo. Lo bueno es que es un sentimiento recíproco porque son muchas las veces que es Raúl quien me llama a mí. 

Tal vez aquellos primeros años yo seguía la misma inercia que los demás. En aquel tiempo de la preadolescencia a Raúl le faltaba malicia y eso provocaba que a veces nos metiésemos con él. Todo cambió una tarde de aquellas en las que salíamos por El Casar. Siempre el mismo plan: futbolín en el bareto aquel que había en la carretera, enfrente del Charlot, donde empezamos a conocer al resto de pandillas de la zona, del Coto, de Ribatejada, de Las Castillas. No era un mal modo de socialización hacer pasar a algunos por debajo de la mesa. "Ni media, ni guarro". Fue en el segundo roce con el Oso y el Babas (ya he relatado la leche que me llevé unas semanas antes en el pilón) y fue Raúl el que les plantó cara. "¡Coño! --pensé-- Éste nada tiene que ver con el Raúl de la puch Caribe. ¡Qué güebos!". Desde entonces lo he tenido claro: Raúl no es de los que trata de pisar a nadie, pero no consiente ni consentirá que le pisen a él.

Poco a poco nos fuimos haciendo más y más amigos. Las primeras novias, los inviernos lluviosos y la pereza de los padres de algunos hacían que no todos los fines de semana la pandilla al completo coincidiésemos en el chalé. Raúl y yo sí, lloviese, tronase o nevase; así que fueron muchas las veces nos fuimos solos de cachondeo a Ribatejada o al Casar, lamentándonos de que faltase el resto. ¡Quién volviese a entonces, para darnos una colleja y explicarnos que nos bastábamos los dos solos para pasárnoslo bien como ocurrió luego en aquellos viajes a San Juan de finales de los 90, cuando vivimos tantas y tantas aventuras! Ojalá pudiese ahora pasar más tiempo con él. Con la misma edad, las mismas preocupaciones, las mismas expectativas, madurando al mismo tiempo... Raúl ha sido testigo de mis éxitos y mis fracasos (y yo de los suyos), la persona a la que confesaba mis sueños, sentimientos y expectativas (y él a mí las suyas), a veces confesor, a veces cómplice, a veces contrapunto o incluso justo rival... y siempre de buen humor y optimista.

Recuerdo que el mismo año que me compraron el vespino le compraron a él la cóndor, y cómo me alentaba a veces a que nos las intercambiásemos. De hecho creo que aprendí a usar una moto con marchas en aquel caballazo rojo con el que apenas llegabamos con los pies al suelo. Nuestras vidas corrían tan parejas que incluso nos compramos nuestras primeras motos grandes casi al mismo tiempo. Él aquella RD350 matapijos y yo la tranquilita yamaha Diversion verde... Por cierto, qué guapa dejamos aquella moto pese a que Raúl no se prodigó en las labores de lijado. ¡Y qué viajes a Alicante apretándoles las orejas por las rectas interminables de La Mancha! Y qué bien se ha integrado siempre con los 'otros' amigos de todos, siempre abierto, siempre dispuesto a participar de cualquier proyecto, incluso para hacer de vampiro...   



Luego yo me vine a Alicante y él se fue a Tarragona, donde de vez en cuando nos dejamos caer Davizón y yo para corrernos alguna que otra juerguecita. Menudo trío, y que dure. Ahora pasa por ser un señor responsable, casado, con un hijo y todo un jefazo de área en su empresa. Pero siempre con el alma joven, Raúl si por alguna circunstancia no puede salir de fiesta, en seguida te llama para ver cómo te lo has pasado o qué locura ha hecho éste o aquel.