sábado, 19 de febrero de 2011

La pandilla de Monte (I)

Declaración de intenciones del autor:
Me sugirió Ana que relatase los recuerdos con los que aburrimos a las parejas de nuestros amigos cada vez que quedamos en Madrid y me pareció una buena idea. Hoy inicio la aventura y veremos el resultado, ya que han pasado muchos años y se han borrado muchos recuerdos. Supongo que no fue tal como lo voy a contar, que hay muchos matices, que a lo mejor mezclo cosas. Los comentarios están abiertos a todo tipo de rectificaciones. Si en algo ofendo pido perdón de antemano.

Los primeros recuerdos

Mis padres compraron una parcela en Montecalderón cuando yo tenía 11 años, con el dinero que habían sacado de la venta de unas parcelas en León herencia de mi abuela paterna. Hasta ese entonces ambos se habían preocupado de que los fines de semana mi hermano y yo estuviésemos entretenidos, practicásemos deportes, disfrutásemos del aire libre... y por eso fuimos muchos años socios de un club deportivo ubicado en la Nacional 1. Tener un chalé en la sierra era "cosa de ricos", pero aquel dinero le dio a mis padres de la posibilidad de adquirir algo para que con el tiempo, cuando Miguel y yo trabajásemos, pudiéramos construir alguna casa de campo y recordar que había sido gracias a nuestra abuela leonesa. Ya se sabe, las raíces y todas esas cosas...

Después de visitar muchas urbanizaciones y por sugerencia de una amiga de mi madre con la que compartía ratos esperándonos a la salida del colegio, fuimos a parar a Montecalderón, en El Casar de Talamanca al límite de Madrid con Guadalajara en una de las desviaciones de la carretera de Burgos. Lo que era un proyecto a largo plazo se convirtió en un chalé al cabo de un año.

Como vivíamos en la calle de encima de la amiga de mi madre nos hicimos amigos de sus hijos, Alberto (un año menor de mi hermano) y Carlos (de mi misma edad y curso). Y a través de ellos conocimos a sus amigos. Creo que primero fue a Pablo y Pedro. Pablo, de la edad de mi hermano se entretenía por las tardes cacharrenado junto con Alberto en un Spectrum 128 k, poniendo música de la E.L.O. o de Alan Parsons o de Mike Oldfield y ambos nos arrastraban al resto en tan entretenido quehacer. Un coñazo. Los pequeños, Carlos, Pedro y yo, matábamos el tiempo jugando al baloncesto en la canasta de la casa de Carlos y dando alguna vuelta por la urbanización.


La california, todo un mito
Hostias con la "california"

Aseguran mis amigos que me conocieron por los "forros" que me metía con la bicicleta. Carlos y Pedro pertenecían, por así decirlo --en ese tiempo yo creo la relación entre todos ellos era bastante escasa y dividida en diferentes subgrupos-- a una pandilla más amplia a través del lazo común del primo segundo de Carlos, Raúl. Éste a su vez era muy amigo de su vecino David y de ĐæßØ, un chaval dos años más mayor que ellos que vivía en la calle de enfrente. Y fue precisamente esa diferencia de edad la que llevó a ĐæßØa pasar un poco de Raúl y David y buscar nuevos amigos con sus mismas inquietudes (la mmotos) y parecida edad. A los 14 años las diversiones de los niños de 12 resultan pueriles. ĐæßØ, con su flamante Puig Condor 2, sus gafotas, un chaleco heavy metal de Halloween y ganas de comerse el mundo, hacía mejores migas con Mariano, un chaval más bien pijillo de la misma urbanización que había heredado la desfasada Puig Condor 1 "El Platano".
 

Mis padres me compraron una bicicleta Bmx California color amarillo canario y lo cierto es que nunca fui muy bueno a sus lomos. Allí me podéis ver, un chico gordito con el pelo rizado a lo micrófono, que al llegar al campo de fútbol de la urbanización lo primero que hace es meterse un piñote delante de un grupo de chavales a los que no conocía. Supongo que fui la vergüenza de mi hermano,  pero lo que es seguro es que fui el hazmerreir de todos. La suerte es que sólo me he convertido en un orgulloso ególatra con la edad por lo que en aquel entonces no le di demasiada importancia. Al fin y al cabo parecía que con aquellos chavales no iba a tener que compartir muchos momentos. Me equivocaba.

Alguna vez más coincidimos con algunos de ellos. David y Raúl soportaron los desaires de su amigo José y afianzaron su mutua amistad. Dice David que el primer recuerdo que tiene de mi presencia fue un día que mientras ellos estaban jugando al fútbol aparecí yo buscando a Carlos con una risa de idiota. Puede ser. El gordito con el pelo a lo Jackson Five haciendo cosas de niño. Lo que no cuenta, desde su perspectiva de adulto, es que ellos eran igual de infantiles, con las mismas risitas estúpidas. Él se recuerda a sí mismo "jugando al fútbol" de un modo muy elegante. Yo recuerdo haber visto a Raúl de portero y a un listillo con orejas de soplillo tirándole el balón. Raúl tampoco es que fuese en aquel entonces el tío simpático, extrovertido y agudo en el que se ha convertido con el transcurso de los años. Más bien me dio la impresión de ser un patoso que le reía las gracias a su amiguito. Sea como fuere, la imagen revela por sí misma el aburrimiento que debía ser el hecho de no tener a otros compañeros de juego, los suficientes como para montar dos equipos. 

¿Cómo llegamos entonces a entablar amistad siendo tan dispares? Continuará...

jueves, 17 de febrero de 2011

Hipotecas

Cosas que dan qué pensar:

"Porque, al fin y al cabo, ¿qué es una calle como la de Ellesmere sino una cárcel con las celdas dispuestas en línea recta? Una hilera de cámaras de tortura semiseparadas donde los pobres asalariados con 5 o 10 libras semanales lloran y crujen de dientes. Cada uno de ellos tiene al jefe haciéndole la puñeta, a la mujer subida a sus lomos y a los niños chupándole la sangre como sanguijuelas [...] en cada una de estas cajitas de estuco vive un pobre desgraciado que no es nunca libre excepto cuando está a punto de dormirse y sueña que ha tirado al jefe al fondo del pozo y lo está sepultando con piedras [...] lo peor de nosotros es que imaginamos que tenemos algo que perder [...] imaginamos que somos respetables propietarios [...] y el hecho de que en realidad no seamos propietarios, de que tengamos todos a medio pagar nuestras casas y vivamos devorados por el terror de que nos ocurra algo antes de haber efectuado el último pago [...] porque en realidad estamos comprados, es más, comprados con nuestro propio dinero [...] pobres imbéciles oprimidos que están echando el bofe para pagar el doble de su valor".

Subir a por aire (Coming Up for Air). George Orwell, 1939

...si él lo vio tan claro en 1939, ¿por qué somos tan estúpidos de persistir en el error?