Odio los días de transición. Odio los tiempos en los que no sucede nada, en los que pasan los días sin sentido, sin utilidad (más allá sumar jornadas laborales para completar un mes y cobrar un dinero siempre insuficiente), las temporadas sin expectativas ni ilusiones nuevas. Estoy en esos días, que se le va a hacer. Sólo espero que llegue la noche para tener un poco de tiempo para mí que malgasto viendo pelis malas (las seis de Rocky, sin ir más lejos), en salir a correr en un estado de forma lamentable... o en dormir, la actividad más estúpida de nuestras vidas que a veces incluso está aderezada de sueños incomprensibles o pesadillas desagradables. Odio, odio, odio, odio, odio, odio, odio, odio el tedio. Pero me toca vivir con él como compañero de viaje al menos durante dos semanas.
Septiembre es el mes de tedio pero mucho más aun los últimos días de agosto en los que cada uno está pensando en lo suyo, en qué hacer con su vida, en qué colección por fascículos empezar, a qué gimnasio apuntarse, qué curso de idiomas comenzar... total, para nada, porque en octubre la rutina diaria nos habrá llegado de nuevo destrozando todas esas buenas intenciones... ¿Lo he dicho antes? Sí, odio el tedio y odio los últimos días de agosto. Yo soy así.
Septiembre es el mes de tedio pero mucho más aun los últimos días de agosto en los que cada uno está pensando en lo suyo, en qué hacer con su vida, en qué colección por fascículos empezar, a qué gimnasio apuntarse, qué curso de idiomas comenzar... total, para nada, porque en octubre la rutina diaria nos habrá llegado de nuevo destrozando todas esas buenas intenciones... ¿Lo he dicho antes? Sí, odio el tedio y odio los últimos días de agosto. Yo soy así.