jueves, 3 de abril de 2008

Cuidado con lo que deseas

Hoy he estado tentado de escribir sobre la Santa Faz, que es a lo que he dedicado buena parte del día, pero es algo tan absurdo que no merece ningún esfuerzo. Alrededor de 200.000 personas (eso dicen, y me extraña ya que esa sería la mayor parte de los alicantinos, y bien sé que no es así) andando 7 kilómetros por una autovía feísima preñada de concesionarios de coches, vestidos con un blusón negro más feo todavía que los aledaños de este secarral con castillo que es Alicante, para venerar lo que a todas luces es una farsa... Y eso, los que no aprovechan la caminata para simplemente ir a una especie de cutre-feria-de-pueblo con tómbola de muñeca-chochona incluida y puestos en los que venden cacerolas, dátiles, nísperos y sombreros a lo cocodrilo dandy. O bakalas y maskachapas de botellón al ritmo el chiquilicuatre. No todo es malo. Hay gastronomía oriunda que bien vale el paseo. Sobre todo, si puedes pasar un rato con amigos y descojonarte, a la vuelta, de los que plantan sus pérgolas a lo duque de Windsor entre las jaras y las chicharras, que es la única fauna (con excepción de los alicantinos) que soporta socarrarse en los pocos solares hediondos que quedan entre urbanizaciones de quiero-y-no-puedo, como en la que por otro lado habito yo.
No. No voy a hablar de la Romería de la Santa Faz. Me apetece hablar de los deseos y de cómo los deseos se convierten realidad para tornarse en bofetón vital contra el que se ha dedicado a alimentarlos.
Yo desee y el deseo me fue concedido. Y ahora, tan sólo pueblan mis pensamientos, de nuevo como deseos, todo lo que ya tenía antes, a lo que no prestaba atención cegado por mis deseos de entonces, y que terminó muriendo de inanición.
Podría decir entonces que lo mejor sería no desear nada. Pero a quién engaño. Sólo están libres de deseos aquellos que se han muerto. Muertos aunque todavía pueblen el mundo creyendo que no están acabados, amortizados, sucumbidos.
Nos sentimos obligados desear cosas, personas, situaciones y con ello, nos ciega el desasosiego de no conseguirlo y la incertidumbre acerca de si algún día lo conseguiremos. Quizás eso signifique que estamos vivos... pero aun así, un consejo: cuidado con lo que deseas porque se puede convertir en realidad... y no se puede tener todo en este mundo. Con el deseo satisfecho llega la pérdida. Así que yo me planto, aunque sea con una escalera al diez y sin color. Por lo menos, por esta noche. Mañana ya veremos.

1 comentario:

Rocío Mendoza dijo...

"Con el deseo satisfecho llega la pérdida". Perdidos están los que se pierden en el camino deseando... Me gusta el nombre del blog. Te seguiré.