martes, 1 de abril de 2008

Y la vida siguió...

Lo malo de la soledad es que como de todo lo demás, acabas acostumbrándote. La incorporas a tu vida como el horario de las comidas o como el dormir más de seis horas al día. Se convierte en una rutina más sin ningún sentido. Es porque tiene que ser, porque si no fuera así, ya le habrías puesto solución. Deja de tener ese matiz doloroso de cuando está marcada por una o más ausencias. Deja de ser el camino para autoconocimiento de uno mismo, la vía para saber lo que quieres, lo que necesitas, lo que añoras... Es simplemente soledad carente de todo significado. Ni buena ni mala. Simplemente soledad. Estás solo y te sientes solo como el está acompañado o se siente acompañado.
O quizás la soledad es simplemente el final camino de ese autoconocimiento. Parada y fonda. Un lugar seguro. La soledad se convierte en un descanso cuando te das cuenta de que puedes vivir solo y que no pasa nada, que la Tierra no deja de dar vueltas al Sol ni la Luna a la Tierra porque no seas feliz. Al fin y al cabo, ¿quién es feliz? Son pocas veces en la vida en las que eres consciente de lo que es la felicidad y muchas menos en las que puedes asegurar que eres feliz en esos momentos. La felicidad, pertenece al territorio del pasado. Seguramente la completa felicidad sólo es posible en los recuerdos. Recuerdas cuando fuiste feliz pero muy raras veces puedes recordar que te sintieses feliz en aquel momento. Puedes decir que fuiste feliz por comparación. Cuando puedes valorar aquel tiempo con otros en los que estés capacitado de asegurar que estás lejos de la felicidad. Y para eso casi siempre recurres al presente. No queda lugar a la duda porque lo estás viviendo y te das cuenta de que no eres feliz.
No hace mucho, un día comiendo solo en un restaurante me lamentaba de lo desgraciado que se puede llegar a ser con la soledad no buscada. Y como no destaco por mi masoquismo ni por la autoflagelación pronto mude mis pensamientos. Traté de fijarme en las parejas de mi alrededor buscando caras felices. Había parejas de las que son capaces de estar comiendo hora y media enfrente uno del otro -nunca he comprendido a las parejas que comen en los extremos de las mesas pudiendo sentarse al lado uno de otro-, sin dirigirse la palabra. Todo un ejercicio de contención. Había también parejas del tipo de las que ella -porque suele ser ella, pero también podría ser él- no para de hablar y él no levanta la cabeza del plato de puro aburrimiento o simplemente para no tener que decirle que se calle de una puta vez (con la típica expresión de: me-estás-poniendo-la-cabeza-como-un-bombo). Y además había parejas del otro tipo, de las que se pasan toda la comida intentando que sus hijos, niños/as de alrededor de 10 años, no acaben con el mobiliario y el menaje del restaurante. Así pues, de toda la terraza, los únicos que me parecían mínimamente normales eran otra pareja de jóvenes que mantenían una conversación fluida y yo. Lo más seguro es que ellos estuviesen comenzando su relación. Benditos comienzos. Y bendita soledad. O como dice el maestro Sabina: "...y la vida siguió como siguen las cosas que no tienen mucho sentido...".

3 comentarios:

recien duchado dijo...

ni soledad, ni acompañado. lo mejor es estar bien con uno mismo.

Juanillo dijo...

Siento verte tan jodido compañero de blog. No creas que la felicidad no existe ni que el amor tampoco existe solo al comienzo de las relaciones. No te consueles con el mal de muchos... ya sabes consuelo de tontos. Busca la felicidad (ojo que no estoy diciendo una mujer, aunque podría ser). Espero que la encuentres.
"No me juzgues por cuantas veces caigo sno por cuantas me levanto"

Cris dijo...

:( madre mía .. espero que no tengas muchos días así... y si los tienes... llámame¡¡¡:) para que te ponga la cabeza como un bombo¡
Un amigo mío dice que la vida es una manta corta, cuando te tapas por arriba ... se queda al aire por abajo¡