jueves, 22 de octubre de 2009

Tabarka o Tabarca

(Recupero este artículo que publiqué en Las Provincias porque he vuelto a leerlo
y conserva todavía su frescor original. Y así de paso se perpetúa. Que lo disfrutéis)


Tabarca
Donde el mar es historia y futuro

A tres millas de las costas de Santa Pola y a 11 de las de Alicante -38 grados 10 minutos de latitud Norte y 0 grados 28 minutos Oeste-, emerge del mar la única isla habitada de la Comunidad Valenciana.



La isla de Tarbarca ocupa una superficie de 1.800 metros de longitud y no más de 400 en sus diferentes anchuras. Su parte central se estrecha dejando a un lado la playa y al otro un pequeño puerto conocido con el apelativo "El puerto viejo". De este modo, sobre no más de 15 metros a nivel del mar, a la derecha -si se mira desde la costa- se erige un recinto fortificado en cuyo interior se estableció el poblamiento a mediados del siglo XVIII; y a la izquierda, lo que los tarbarquinos llaman "el Campo", tierras baldías pobladas de espino mediterráneo y matorral esclerófilo que terminan en pequeños acantilados y calas de cantos rodados frente a otros islotes --la Cantera, la Galera, la Nao- y escollos -Negre, Roig, Cap del Moro, Sabata, Naveta...-. No obstante, aún cuando el pueblo merece una visita sosegada, reconocida en 1964 con la categoría de Conjunto Histórico Artístico, lo que verdaderamente hace única a la isla es su declaración como Reserva Marítima en 1986. Esto ha propiciado durante los últimos 20 años que buceadores de todo el mundo se acerquen a sus aguas para contemplar numerosos bancos de peces, estrellas de mar y algas que ejemplican como ningún otro sitio la variedad de fauna y flora del Mediterráneo Occidental. Así, si tenemos en cuenta que en el término municipal -perteneciente a Alicante en la categoría de partida rural- sólo están censadas alrededor de 40 personas, no es de extrañar que desde primavera hasta verano la isla albergue la visita de cerca de 3.000 personas de forma diaria (400.000 al año).
Un día en Tabarca comienza media hora antes en el Puerto de Alicante, y menos como es normal, si la pequeña travesía marítima se hace desde Santa Pola. Subidos en el barco y si el día lo permite, nada más salir del puerto de Alicante se puede avistar la silueta alargada de Tabarca. A la derecha de la nave, van quedando las playas de Urbanova, Los Arenales del Sol y finalmente el cabo de Santa Pola, en cuyo vértice se encuentra un singular faro. A esas alturas, la isla deja de ser un espejismo para convertirse en una realidad, sino majestuosa, plácida.
Una vez hemos desembarcado, las empresas turísticas locales han colocado estratégicamente a sus empleados con ofertas gastronómicas y a fotógrafos que inmortalizan nuestra llegada. Luego, tal vez en las tiendas del núcleo urbano podamos ver inmortalizada nuestra imagen en las dársenas del Puerto Viejo.
Cuando dejamos éste, podemos elegir una visita al pueblo o las playas. Si nos decidimos por el primero, la localidad de San Pedro y San Pablo, ante nuestros ojos se levanta una pequeña muralla que Carlos III mandó construir en 1769 con sillares arrancados de la cantera de la isla para defenderla de los ataques de los piratas berberiscos. Accedemos al interior a través de la Puerta de San Rafael o del Levante, y en ella nos encontramos una placa conmemorativa del hermanamiento entre las islas de San Pietro y la Nueva Tabarca. Tras el expedito camino que deja la entrada de estilo dórico con pilastras, comienzan las calles urbanizadas geométricamente del pueblo.
A la izquierda y a la derecha se sitúan respectivamente sus dos edificios más característicos, la Casa del Gobernador y la Iglesia de San Pedro y San Pablo. La primera fue prevista para constituir el administrativo y Ayuntamiento de la población aunque con el paso del tiempo fue ocupada por el destacamento militar, y actualmente, complemente remodelado aún cuando a la vista deja entrever los detalles del edifico original, ejerce las funciones de hotel. La segunda, es un gran edifico barroco, el más alto de la isla, de una única nave sin crucero, con altar mayor y 8 laterales. En la actualidad no se puede visitar porque está en proceso de remodelación. En los extremos restantes de esta parte de la isla se hallan sendas puertas, la de Alicante o San Miguel al Norte del recinto, con bóvedas de cantería tosca; y al Oeste la Trancada o de San Gabriel, que separa el recinto amurallado de la Cantera. En su parte exterior, un escudo con las armas releas reza "Carolus III Hispanarum Rex, Fecit, Edificavit".Una vez fuera de las murallas, saliendo por la puerta de Levante, podemos ver como tras el Puerto viejo la orografía se levanta en una cuesta que va a dar al campo. Subimos por uno de los múltiples caminos que llevan a esta parte de la isla y en lo alto, se levanta en la parte central una torre con forma de pirámide truncada. Es San José, un edificio con funciones militares y de vigilancia que tiene 27,5 metros de altura. Tras él, el Faro da cuenta de la actividad marítima del enclave. De estilo academicista y planta cuadrada, proyectado por Juan Laurenti en 1854, hoy acoge en su seno un laboratorio biológico que sirve de base a la Reserva Marítima. Por último, en el extremo de la isla, rodeado de acantilados, unos muros blancos dan cuenta del cementerio de la isla. Desde allí, el vistante puede gastar su tiempo en divisar la extensa colonia de gaviotas que pueblan los islotes cercanos.
Una isla con mucha historia
Los primeros escritos que reflejan la existencia de la isla datan del siglo VI a.C., cuando el geógrafo romano Estrabón se refirió a ella con el apelativo de Planesia, debido a su orografía lisa que constituía un peligro en sus extremos por los bajos fondos rocosos de la Llosa. El padre Belda comenta en sus estudios, ya en el siglo XIX, que en aquella época había un poblamiento y una necrópolis en la zona de la Aladraba. Más adelante, coincidiendo con la titularidad de la isla a cargo del Concejo de Elche y los continuos ataques y colonias que los piratas establecieron en su superficie, tendría nuevos nombres, como el de Isla de Alone --identificando el archipiélago con la colonia romana situado los alicantinos barrios de Babel y Benalúa--, Islote de Santa Pola o Isla de San Pablo.
Un acontecimiento, sin embargo, cambiaría el rumbo de su devenir histórico en el siglo XVIII. En 1741, la monarquía tunecina invade y conquista la isla de Tabarka, un enclave genovés perteneciente a la Corona de Aragón y situado frente a las costas africanas. Sus habitantes, 69 familias, son llevadas al cautiverio a manos del Sultán de Argel. Pero su rey, Carlos III, consigue 27 años después que sea liberados acogiéndoles temporalmente en el colegio de los jesuitas de Alicante. Para ellos tiene pensado un nuevo emplazamiento que ha de construir en la isla, que a partir de ese momento, pasará a llamarse Nueva Tabarca en recuerdo de aquel otro feudo perdido ante el empuje del Islam.El ingeniero militar Fernando Méndez es el encargado de llevar a cabo la empresa, que a la postre será plaza militar en el Mediterráneo. Dos años después, en 1770, los escasos trescientos genoveses ocupan las viviendas que el Conde de Aranda, en representación del Rey, ha levantado para ellos en un plan urbanístico ilustrado que comprendía fortificaciones, bóvedas subterráneas, baluartes, cuarteles, cisternas para la recogida de aguas pluviales, almacenes, hornos... De la época, todavía se conservan los apellidos italianos Ruso, Parodi, Mazarello, Chacopino o Luchora.Poco a poco, con el tiempo pierde la importancia militar que tuvo en la Guerra de Independencia en la que se encarcela los prisioneros franceses o se utiliza como depósito de munición; o como cuando en plena Guerra Carlista se ejecuta a 19 sargentos carlistas en represalia por una acción similar en la que murieron 96 isabelinos. De este modo, hacia 1850, retiran al Gobernador y la Guarnición y se suspenden los privilegios de los que habían gozado los isleños pasando a formar parte depender administrativamente de la ciudad de Alicante.En los años 60, algún que otro constructor planeó recuperar la isla como atracción turística de primera categoría, pero el Ministerio corta de raíz esos planes declarándola Conjunto Histórico Artístico. Y veinte años después, la declaración de Reserva Marina vino a garantizar definitivamente el cuidado de Tabarca.


Una isla volcada con su mar
En la Reserva Marina de Tabarca están comprendidas tres zonas delimitadas. Una reserva integral que no permite ninguna actividad, excepto la científica, el bajo de la Llosa; una área de amortiguación para la protección de la reserva integral, donde se puede bucear con el permiso explícito del Ministerio; y el área que rodea la isla, donde el control lo ejerce la Consellería de Pesca.
Gracias a esta actuaciones, las aguas de Tabarca pueden seguir absolutamente trasparentes -entre 22,5 y 47,5 metros de profundidad- y la flora marina puede encontrase a mayores profundidades, tanto de sustrato blando como de sustrato rocoso. Abundan géneros de carácter tropical como la anadyomene stellata, la hypnea cercornis o la penicillus capitatus; la posidonia y la cymodocea. En cuanto a la fauna marina, el buceador puede observar con facilidad erizos, estrellas, cangrejos, caracolas, esponjas, moluscuos, pulpos, calamares, morunas y multitud de bancos de peces.

Gastronomía
Una de las cosas que no debe perderse el visitante, es el caldero tabarquí, un plato de pescado -generalmente "gallina"- y un arroz cocinado con el espeso caldo de aquel. De aperitivo, los tabarquinos aconsejan con buen criterio que se pruebe el calamar de potera a la plancha.Nosotros nos dirigimos al restaurante "La Almadraba", frente al Puerto viejo, a la derecha de la puerta de San Miguel, uno de los lugares más típicos de la isla que se fundó en 1993. Según nos comenta su encargada, tienen otro restaurante, más turístico, en la isla desde hace 30 años, el "Mar Azul". Sus especialidades son el Caldero de gallineja o de cabracho y las Calderetas de langosta y bogavante. Estas exquisiteces medierráneas no bajan de los 25 euros por persona, pero merece la pena dar un homenaje al paladar de vez en cuando. Sin desmerecer en calidad, el cliente también puede elegir de entre sus gamas de arroces -alrededor de los 15 euros- o un magnífico menú compuesto por entrantes típicos de pan amb tumaca o ali oli, albóndigas de mero, ensalada y un plato de carne o pescado con su correspondiente guarnición -por 17.50 euros-.

1 comentario:

Feroz dijo...

joé. me lo he tenido que leer en dos "atacás". Qué de letras. Dan ganas de ir a Alicante sólo para ver la isla. ¿te curras así todo lo que escribes?