miércoles, 9 de marzo de 2011

La pandilla de Monte (II) “Paedro”

Resulta curioso el modo en que llegas a conectar con algunas personas en determinados momentos de la vida. Gente con la que en principio no tienes mucho en común pero que conoces en el instante adecuado y con quienes vives momentos decisivos. Mi primer amigo en el amplio sentido de la palabra, fue Pedro (Paedro, Feroz). Cuando pienso en cómo fraguamos nuestra amistad me viene a la mente la película “Cuenta conmigo” (Stand by me). Además de que se estrenó por aquella época, refleja en esencia mis vivencias de entonces. Con el tiempo nos hemos distanciado y acercado sucesivamente, cada uno a lo suyo, pero seguimos manteniendo el contacto y la complicidad. Pero sobre todo, mantenemos el recuerdo de los buenos momentos del pasado, auténticos cimientos de lo que somos y de lo que seremos.

Pedro y yo éramos y somos muy distintos. Él extrovertido y yo más tímido; él con las ideas muy claras acerca de lo que quería (al menos entonces) y yo dejándome llevar por la inercia y absorbiendo como una esponja nuevas vivencias sin saber muy claro qué camino tomar en cada momento.

Lo cierto es que yo antes nunca había conseguido integrarme en una pandilla, ni en el club, ni el pueblo de mi madre, ni en los veranos… Y el aburrimiento de ver como nuestros hermanos mayores podían pasarse las tardes intentando programar un ordenador de 128k u oyendo discos de grupos ya extinguidos o en vías de extinción, como la E.L.O., Mike Oldfield o Alan Parsons Proyect, nos hizo aventurarnos a Pedro y a mí en otras direcciones, hacia otros retos…


La evolución

Las salidas en bici al mítico campo de cross de la urbanización (unas tierras en barbecho donde habían escavado unos hoyos y saltos y donde me pegué un forro que me dejó destrozado el culo durante meses); los partidos de fútbol; las tardes viendo en vídeo “Blade Runner” o “Terminator” -y haciendo de improvisados conejillos de indias de su madre Matilde, quien creía que podía mezclar zumo de naranja con coca-cola sin que ello provocase que tuviésemos que acudir varias veces al excusado en la misma hora-; las pachangas de baseball o baloncesto; e incluso cursos acelerados de cómo hacer una zodiac con un neumático para tirarte por un río (impartidos por su hermano mayor); dieron paso, con los pocos años, a otro tipo de salidas, las nocturnas. Y con las cervezas con peepermint, los “mata-osos”, 43 con chocolate y un largo etcétera de bebidas imposibles se fraguó una amistad que dura hasta hoy.

Fue un tiempo glorioso. Yo solía ir a San Juan en julio y quedarme en Monte en agosto y las primeras semanas de septiembre, hasta las fiestas del Casar. Todo un mes sin preocupaciones, levantándonos cuando nos daba la gana, vagabundeando por la urbanización o en la piscina del club hasta la hora de comer. Partidos, quedadas o escapadas hasta la hora de cenar… y luego, por la noche, de copas hasta la 1 o las 2 por la discoteca del club o el Charlot, en el pueblo… El paraíso. También cogimos la costumbre de quedar en Madrid y yo tuve la oportunidad de conocer Carabanchel y sus bares, como El Dorado. ¡Qué jarrazas de cervezota!!!

Decía antes que a Pedro y a mí no nos unían muchas cosas. Ahora se me ocurren unas cuantas. La misma edad, la misma condición de hijos pequeños en familias muy conservadoras, con la misma patente de corso para suspender varias en el colegio o hacer travesuras fuera, ya que nadie esperaba mucho de nosotros... Pedro bajito y yo gordito, apenas sobresalíamos entre el centenar de adolescentes de nuestro entorno. A lo mejor por eso, decidimos crearnos nuestro propio personaje. Él heavy y luego "moderno" y yo punky de fin de semana. Vestíamos de forma estrafalaria con casacas militares pintarrajeadas, llevábamos botas de militar, zapatos con hebilla, calcetines naranjas, pantalones vaqueros lavados… Visto con perspectiva, todo fue innecesario. Atesorábamos la semilla de en lo que nos hemos convertido, en la mejor versión de nosotros mismos. Pero entonces no lo sabíamos ni nos lo podíamos siquiera imaginar.


Nunca se me olvidarán las “converse” ochenteras de Paedro, cuando ya había dejado aparcada su pesada “motoreta” a favor, primero de una mobilette (la “mobi”) y posteriormente por el modelo más moderno del ciclomotor más feo de la época, la “cadi”. Ni la camiseta de cerdito, con orejas por delante y rabo por detrás... Al principio no nos atrevíamos a salir mucho de la urbanización y nos pasábamos la vida entre las mesitas del campo de fútbol y el club. Había hasta una tienda para comprar litronas al lado de la caseta de los guardas. En la piscina del club hubo un año en el que un socorrista decidió impartir un curso gratuito de trampolín. Nosotros, en la impostura de nuestro disfraz de malotes, vivimos aquel verano entre el recelo que nos inspiraban las otras pandillas del club (los "tazones" o los "pechosboys") y la lejana ilusión de que alguna de las chicas se dignase a mirarnos. Algo que intentábamos a toda costa por las noches, en la discoteca, al ritmo de “Voyage, voyage”, de Bruce Sprinsteen, de Madonna, Mecano o de la mítica Sabrina. Y quizás por eso, y porque el resto de nuestro amiguetes no eran socios del club, terminamos por alejarnos de aquel ambiente y empezamos a salir por los pueblos de alrededor. Por las tardes a Ribatejada y por las noches al Casar. Su primera desaparición coincidió con el tiempo en que salió con Begoña. Una pelirroja muy simpática a la que le encantaba el look de Robert Smith (The Cure) que exhibía Paedro. Nuevos universos inexplorados con el importante añadido de la prohibición expresa de nuestros de nuestros padres a que saliésemos de los límites de Montecalderón.


Una de aquellas tardes, ĐæßØ y Mariano que iban ya a la suya, nos pillaron en la mitad de un camino destrozando un coche abandonado. Por supuesto, borrachos como cubas… Tal vez nunca me haya sentido tan libre como aquella tarde. Ya no éramos los niñatos, hermanos pequeños de sus amigos, con los que era un coñazo juntarse. Sabíamos "divertirnos" sin su tutela. Poco a poco, comenzamos a vernos más entre todos. A mí, mi padre terminó por comprarme un vespino para que no me hostiase con el de los amigos (como había hecho un año antes). Y terminé hostiándome con mi propia moto, varias veces. Claro que para forro, aquel que se produjo porque alguien retó a Pedro “¡Paedro, derrapa!” y terminó rodando por el agreste terreno del campo de fútbol.


También con Raúl y David comenzamos a tener más trato. Davizón había llegado de uno de sus viajes a EEUU y venía con ganas de cachondeo. Sólo una tarde de escapada a Ribatejada fue suficiente como para que volviésemos a quedar más a menudo. Claro, que con la segunda novia, Pedro volvió a desaparecer durante un tiempo. Ni me acuerdo de su nombre en estos momentos, con el agravante de que años después me enrollé yo con ella durante dos o tres semanas… Todo un clásico…

...continuará...

5 comentarios:

David dijo...

Se llamaba Maribel!!! Descastao!!!

David dijo...
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David dijo...
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David dijo...
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El Gato dijo...

Me lo ha recordado Davizón... se llamaba Maribel... ¿cómo he podido olvidarlo???