jueves, 24 de marzo de 2011

Antídoto contra la tristeza


Ha pasado un año desde que nos dejó mi padre, un tiempo en el que todo ha sido raro y diferente. No ha pasado un solo día en el que mis pensamientos hayan volado en algún momento junto a él, con su recuerdo. No quiero darle vueltas aquella noche, a aquella imagen grabada a fuego de mi madre, mi hermano y yo abrazados junto a la cama. No quiero pensar en la tristeza, en que me invadió un sentimiento de orfandad y de deriva del que de vez en cuando se producen réplicas, como en los terremotos. Quiero creer, como ya dije hace un año en este mismo blog, que las cosas sucedieron de forma natural, que mi padre vivió sus 81 años con intensidad y que fue una persona tremendamente feliz. Eso es todo. El resto no importa.

Habrá quien recuerde sus defectos pero yo sólo he dejado espacio en mi memoria para todas las cosas buenas que me enseñó, para todos los buenos momentos que pasamos juntos, para recordar su sonrisa, su elegancia, sus buenos sentimientos y su hondo sentido moral de la vida. Como intenté explicar entonces, me quedo con el héroe que fue para mí de niño, el maestro relativamente severo que fue en mi adolescencia, y el magnífico compañero de conversaciones y proyectos cuando maduré. Aunque en la mayoría de las cosas no coincidiésemos, sé que estaba profundamente orgulloso de mí y yo de él.

Todo eso va conmigo todos los días. Prefiero dedicar este post a todos aquellos que hicistéis que aquellos días me sintiese un poco mejor, un poco más acompañado. Sólo la entereza de mi madre y la responsabilidad demostrada por mi hermano, que siempre está ahí para ocuparse de todo cuando las cosas se tuercen, me permitió asimilar el golpe de forma íntima y tranquila. Su fortaleza durante los primeros días, me regalaron el suficiente tiempo para ir haciéndome a la idea de la pérdida que ya siempre me acompañará.

Recuerdo especialmente la necesidad que tuve de desahogarme con Rafa aquella mañana, llorando a moco tendido por teléfono. Cómo Davizón se acercó dos veces hasta el tanatorio, a mediodía y por la noche, cuando más relajadamente pudimos tomarnos una cerveza y ponerle una sonrisa a un día tan gris plomizo como el de hoy. Recuerdo a Álvaro, que se tiró allí toda la tarde, siempre conmigo, fumando y charlando sobre lo divino y humano, contándome los entresijos de la que luego sería su boda, todo un acontecimiento por el que siempre le estaremos agradecidos la pandilla. Me viene a la memoria cuando se nos unió Matoya, quien desde la experiencia de haber pasado por la misma situación, permaneció a mi lado en esas largas horas en las que realmente no se hace nada, ni siquiera pararte a pensar. También a mi amigos de Monte, José y Ana, Mariano, Fernando… siempre ahí cuando se les necesita. Incluso Juanjo y Paco dejaron por un rato el periódico y se acercaron a verme.

Pero si algo recuerdo especialmente fue el esfuerzo que hicieron Sara, Gus y Dani, más de 800 kilómetros en coche para estar conmigo sólo un rato… Y cómo Sara me dijo que no podía faltar "mi familia de Alicante". Ciertamente así los siento, como parte de mi familia. Muchas veces me he preguntado si yo sería capaz de hacer lo mismo; si saldría de mí la iniciativa de hacerlo, ya que tengo cierta propensión a sumarme a los planes de otros pero poco empuje para saltarme las reglas, movilizar a la gente y emprender la marcha. Yo no me he movido de Alicante en situaciones similares y ahora sé que debería haberlo hecho. Gracias a aquello hoy sé lo importante que es vencer la pereza algunas veces en las que te necesitan. Luego vinieron el resto, Jorge, Marina, David, Claudia, Javi y a la mañana siguiente, mientras desayunaba, Edu (qué difícil es localizarle a veces...).

También Carlos y Ali, dos días después, lo dejaron todo para ir a Madrid quizás cuando el bajón era más pronunciado y más podían ayudarme no sólo a mí sino también a mi madre y hermano. ¿Dónde quedaron las oposiciones a funcionario de prisiones? Menos mal que nos dimos esa caminata por la calle Alcalá porque si no, AR tendría ahora más problemas que una simple imputación judicial. Es broma. Ali en su blog incluso ha llegado a dedicar unas palabras a mi padre que no olvidaré en la vida. Era un sentimiento mutuo. Al fin y al cabo, para él siempre fue la mejor (o por lo menos la que más le gustaba) de mis novias. Tampoco es que hayan sido tantas, claro.

Que se me disculpe si me olvido de alguien. Gracias a todos. La vida sigue y nosotros debemos continuar el camino, sin renunciar a nuestros recuerdos y sentimientos. Aunque todo sea raro y diferente, y muchas veces triste. Yo por mi parte me sigo quedando con la sonrisa de mi padre como antídoto contra la tristeza.

1 comentario:

El Gato dijo...

Gracias, Ali.

(Reproduzco aquí,para guardarlas siempre como un regalo, tus palabras: http://nuncadesayunecondiamantes.blogspot.com/2011/05/punto.html)

"A punto...
No siempre en la vida tomamos las decisiones adecuadas. A veces, en nuestro afán de agradar nos perdemos a nosotros mismos y llegamos a hacer cosas que desvirtúan a quienes realmente somos. A punto he estado de abandonar este blog, de hecho, hice desaparecer todas las entradas hasta hoy...pero me he dado cuenta que huir de quienes fuimos no es la solución, todos evolucionamos y no pensamos lo mismo a la largo de la vida. Muchos de esos pensamientos, con el paso del tiempo, los contemplas con cierta nostalgia, otros te parece mentira haberlos sostenido y la inmensa mayoría te han convertido, para bien o para mal, en quien eres.
El primer post de esta nueva etapa tiene dedicatoria. Hace unos días mis amigos buscaron el pequeño homenaje que en esta bitácora hice a uno de los hombres más especiales que ha pasado por mi vida, Manolo. Después de un año de su pérdida, somos muchos los que le tomamos como ejemplo, añoramos y recordamos en torno a una buena mesa, como a él le gustaba. Va por ti leonés de alma, que dejaste en quienes te quisimos la mejor enseñanza, la de ser honestos con nosotros mismos..

El prendedor...
Esta mañana salía de uno de esos juicios complicados a los que me toca ir. Policías por todas partes, tensión en el ambiente y pocos estímulos agradables a los que aferrarse. Solución, meterse en una cafetería y dejar que el olor a bollos y el sonido del molinillo te aparten de todo lo que tenga que ver con la judicatura.
Ha sido entonces cuando le he visto. Tendría unos 70 años. De porte elegante, cruzaba la calle delante de mi, también iba a la cafetería...
Se giró y me sonrió, aceleró el paso para llegar antes que yo a la puerta. Caballerosamente, la abrió y me cedió el paso. "Por favor, adelante", dijo.
Entonces reparé en él. En la solapa de su traje llevaba un prendedor, un pequeño ramillete de flores, discreto, sencillo y cuidadosamente colocado. Sólo he visto hombres con prendedor en las bodas, no un jueves y en la puerta de una cafetería a la salida de unos juzgados.Un toque de distinción, de elegancia, un guiño al pasado de hombres pulcramente planchados con la cortesía por bandera.
Recuerdo a Manolo, el padre de mi amigo Héctor. Una de las personas más elegantes que he conocido en mi vida. Elegante tanto en sus gestos como en sus actos. Á él y a su abrigo de perfecto corte ineludiblemente conjuntado con un sombrero de fieltro verde. Sabía como colocárselo, ligeramente ladeado, con el ala un poco flexionada hacia la cara...impecable.
Quizá sea demasiado romántica pero prefiero a este tipo de hombre, los caballeros. Los que te abren la puerta, te ceden el sitio y te reciben con una flor en la primera cita.Los que esperan a empezar a comer hasta que no están los dos platos en la mesa, los que pasean dándote su brazo...
Es cierto que los tiempos han cambiado, pero no deberían de perderse las buenas formas, el galanteo, que a mí, particularmente, me hace sentir especial. Seguro que más de una me llamará antigua, pero prefiero un caballero a un enseñador de calzoncillos.""""