miércoles, 18 de noviembre de 2009

La historia de F.

F. había llegado a los 70 años, aunque solo, más feliz que triste. La edad que las estadísticas marcan como el final de un viaje que siempre se hace demasiado corto. En todo momento había sabido que la felicidad no era un estado de ánimo que se tiene o no se tiene, sino el cúmulo de muchos pequeños momentos de paz consigo mismo y con el mundo que le había rodeado en ese más de medio siglo; pequeños momentos de esos que se pueden disfrutar exprimiéndolos hasta la última gota. Aun así, era consciente de todo lo que se había perdido en la vida, de cómo había pasado el tiempo sin que cumpliese los sueños adolescentes del triunfo en el trabajo, de haber hecho algo que permaneciese por los siglos como su gran obra cedida de forma altruista al resto de la humanidad; el sueño de haber conseguido dinero a raudales, de atesorar una lista de infinita con nombres de mujeres que hubiesen muerto o matado por él…
¡Qué pena no poder disponer de tres vidas para comparar cuál es la más satisfactoria! ¡Qué pena tener que decidir entre la vida del aventurero, la del padre de familia o la del golfo incorregible y no poder quedarse con todas! Y mientras se lamentaba de lo rápido que había pasado el tiempo, F. se dedicó a hacer un análisis de los hechos que le habían llevado por un camino y no por otro.
¿Por qué no había luchado por destacar en el ámbito laboral? Precisamente por su romanticismo adolescente había preferido un trabajo más creativo pero menos remunerado que los del resto de sus amigos. Y durante años le había llenado con la falsa percepción de la trascendencia de lo que hacía. Pero al final, ni tenía tanta trascendencia para la gente ni era tan creativo como él había creído por un momento. Le había ocupado demasiado tiempo diario y energías como para permitirle hacer algo realmente “grande”, “fundamental”; algo que le trascendiese, que permaneciese cuando él ya no estuviera. Le había mantenido tan atado que incluso fue una de las razones para que fracasasen algunas de sus relaciones afectivas… Y por supuesto, no le había reportado demasiadas ganancias. Las justas para sobrevivir medianamente holgado. Eso sí, de lo que podía recordar, le había propiciado muy buenos momentos, conocer a personas interesantes, fraguar amistad con personas muy parecidas a él… el balance no era demasiado malo…
F. continuó. Se asomó a su corazón. Recordó a las mujeres con las que había compartido parte de su vida con la extraña sensación de que había dado sus mejores años a quien menos se lo merecía, pero tal vez, a la única a la que había amado más profundamente. A su mente llegaban una por una, por orden, imágenes de los rostros de ellas, los instantes, y los sentimientos que habían provocado esos momentos compartidos. F. sonreía y sus ojos se llenaban de lágrimas alternativamente. ¿Por qué no habían salido bien esas historias de amor? ¿Había sido culpa suya, de las circunstancias, de los entornos que les habían rodeado, de ellas…? ¿Había dado todo en cada una de esas relaciones? ¿Se había entregado al límite? F. se levantó del sofá y a duras penas llegó a la alacena donde guardaba dos cajas de zapatos repletas de fotografías ordenadas por fechas. Por suerte o por masoquismo, pese a que hacía mucho tiempo que todo el mundo conservaba sus imágenes en archivos digitales, él prefería imprimir las mejores para observarlas directamente, sin necesidad de un reproductor. Y cuando llegó a la de ella, se quedó inmóvil, como petrificado. La había visto miles de veces, cada vez que se sentía nostálgico. Siempre se decía a sí mismo que no continuaba enamorado de ella, sino de los sentimientos que tuvo mientras la amó. Pero esta vez ya no quería engañarse más. Ya no era necesario. Se había rendido. Había entregado los pocos ejércitos que aún le quedan en esa guerra contra sí mismo. Entonces supo había tomado el camino del exilio.
Le falló la respiración y le temblaron las piernas cada vez con más intensidad hasta que no pudieron aguantar su peso y se desplomó. En su rostro se combinaba una profunda sonrisa con una lágrima. En su mano todavía sostenía la foto de ella. Apenas un instante después la dejo caer.

5 comentarios:

Feroz dijo...

wow.

Audrey dijo...

Impresionante....

David dijo...

Uyuyuyuyuiiiiiiiiiii. Este otoño te está pegando con la tontería en los morros, morocho. A ver si nos vemos en el puente y te destonto un poco a base de tequilas. Podíamos hacer una sesión de cókteles. ¿tienes coktelera?

Feroz dijo...

joder, y yo voy a alicatar el baño. mierrrrda.

Me apuntaba yo a eso de la cocktelera, fíjate.

David dijo...

Feroooooooooz!!!! Pues mira, a ti te va a tocar inventarte el cóktel "Azulejo". ¡Vamos a tomarnos unos cókteles, Ferozín!