
La red podía ser un instrumento adecuado para nuevos acercamientos a las mujeres. Si su expansión había servido hace casi un siglo para abolir las fronteras territoriales, ¿por qué no podía servir de instrumento a una simple persona para romper las barreras de su propia timidez? Desde la protección que da la distancia virtual podía otear el horizonte, las perspectivas más favorables para nueva incursión en los terrenos desconocidos de la seducción; entrar en las vidas de esas chicas sin ser visto, pero sobre todo, sin arriesgarse a que la seguridad en sí mismo se viese dañada con un ‘no’ extemporáneo. Al fin y al cabo, ellas colgaban allí sus fotos, describían en los perfiles sus anhelos tratando de crear un mapa atractivo de vidas emocionales aunque en el fondo fuesen tan fracasadas como las de C.

El protagonista de esta historia comenzó a visitar los perfiles de las chicas que más le interesaban a primera vista. Filtraba y filtraba sus búsquedas con algún criterio más o menos lógico. Pero para esto no servían las matemáticas ni las estadísticas. Así que segregó las posibles alternativas comenzando por la edad. Las candidatas no debían ser mayores que él, ni demasiado jóvenes. Filtró también por las fotografías, buscando las más sugerentes, a ser posible, morenas y delgadas. Bajo este criterio sí pudo aplicar las ventajas de su profesión. En torno a los 50 y 65 kilos de peso todo dependía de la altura declarada de las chicas. Con la media se obtenían resultados aceptables o se rechazaban de plano. Lanzaba al hiperespacio un "hola!!!" y esperaba a que ellas respondiesen.
Al principio ni siquiera funcionaba. Cada poco entraba en la web para ver quién había curioseado en su perfil y quedaba registrada, cuántas de ellas habían leído el mensaje embotellado en el océano infinito de internet... Luego comenzaron a llegarle mensajes sin sentido, preguntas indiscretas lanzadas al azar. Sabía que W., su compañero de laboratorio, llevaba años usando este tipo de servicios subvencionados por el estado para motivar las relaciones sociales. Incluso había sido cliente de los portales de pago y más de una vez le había comentado las conquistas. Así que aprovechó uno de los descansos matinales para acercarse a él y, como no quiere la cosa, aprender algún truco. W., siempre dispuesto a alardear de sus amoríos, le proporcionó varias pistas útiles.

Nada. Pasaba el tiempo y C. empezaba a aburrirse de la seducción a distancia. Siguió con su vida, con sus experimentos científicos, con las tediosas cenas de etiqueta, con las tardes de concierto y el cine sensitivo. Continuó con sus viajes de trabajo y placer y de vez en cuando, atrincherado en la noche, entraba el portal de internet buscando, curioseando, como si fuera un juego prohibido... Y una vez dentro se imaginaba historias de amor y pasiones desenfrenadas con las chicas más atractivas. Elaboraba en su mente complejos sueños, diálogos, situaciones en las que siempre demostraba que era el diamante en bruto, el amante perfecto.
(continuará)